Amigos y enemigos
Nos hemos demostrado que unidos somos más y nos hacemos mejores
Si repasan el discurso de Felipe VI en las Cortes le brillarán en las manos palabras que parecen de otro tiempo, de un ayer rabiosamente democrático, abierto y plural, donde no se iba a ningún lado si eras enemigo de la concordia, de la reconciliación, ... del entendimiento, del respeto y de la libertad. Marchando una de espíritu de la transición a la española. Que es lo que ahora, los enemigos del Estado y de la Constitución que lo articula, se quieren cargar. Esas palabras alumbraron con la fuerza de un sol el nacimiento de nuestros mejores pasos en la Historia, sin dudas. Esas palabras recogidas por Felipe VI en su discurso para dar por inaugurada la decimocuarta legislatura son las que nos hicieron creer que España dejaría de ser una historia triste porque siempre tiene finales trágicos. Nos desprendimos de una maldición de siglos. Nos zafamos de las peores y más tenebrosas pinturas negras de nuestro largo itinerario histórico. Logramos poner tierra de por medio entre el fatalismo de un destino de pan duro y milana bonita y un futuro moderno, igualitario, distributivo y de viajar a Nueva York para raparse el pelillo de la dehesa. La mejor España de todas las Españas vividas, la construimos a base de esas palabras que Felipe VI, como un maestro que sabe de la mala memoria de sus alumnos, se empeñó en recordarnos con mesura pedagógica. Avive el seso y despierte…
No les cuento ninguna milonga. Les trato de poner ante el toro de lo que esta nación era y en lo que la convirtieron el sacrificio, esfuerzo y trabajo de tres generaciones. Tres generaciones, tres. Que no es moco de pavo. Si les parece que exagero, repasen, en sus propias casas, las fotos del abuelo, de los padres y de los hijos. Y vean la España que servía a esas fotos de atrezzo, de paisaje secundario. Vean y respiren el olor de aquella nación dormida y empobrecida a las puertas de una Iglesia, pidiendo por caridad unos reales para ganarle pocas horas al hambre de la desigualdad, de la insolidaridad y de la humillación. Por favor, hagan ese pequeño ejercicio de memoria. Y si no tienen a mano esas fotos se van hasta la Casa de la Provincia y vean de qué forma nos cuenta esto que yo trato de contarles, pese a mis torpes tropezones, Pablo Juliá en una magnífica exposición titulada «Otros tiempos». Pues todo eso, todo ese enorme derroche de trabajo, imaginación, concordia, entendimiento, respeto y libertad hizo posible que dejáramos atrás esos otros tiempos para saludar a los que con tanto entusiasmo abrazamos. Los mejores tiempos de nuestra historia.
Una historia que se hizo sobre los derechos de los ciudadanos, no de los territorios. Como nos recordaba el otro día el expresidente Rodríguez de la Borbolla en una interesantísima entrevista de Toni Vega en este periódico. La España de los ciudadanos y no de los territorios. Que es la trampa nacionalista extrema, el callejón de salida con el alto peaje de la asimetría o de la independencia, que se ha proclamado enemigo del Estado. Enemigo de esa España que hemos construido con el esfuerzo, la concordia y la unidad de tres generaciones. Eso es lo que representan los ventajistas diputados que mienten como trileros cuando aseguran representar la voluntad de tres comunidades: la vasca, la catalana y la gallega. Pero ¿cómo cuentan estos tipos? Esos que, en boca de una despeinada de la razón, dijeron que la gobernabilidad de España les importaba tres cominos. Figúrense ustedes lo que a mí me importa la opinión de ella sobre nuestro Jefe del Estado. Un Estado que, pese a que quieren destruirlo, les da representación, sueldo y estatus por exigencia constitucional. Nos hemos demostrado que unidos somos más y lo hacemos mejor. Nos hacemos mejores. A base de concordia, reconciliación, entendimiento, respeto y libertad. Que en palabras que claman por letras de oro en el templo de mármol de nuestra nación se traducen como no lo pudo decir mejor Felipe VI: «España no puede ser de unos contra otros, sino de todos para todos». Y ese es de nuevo nuestro afán.
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