LA TRIBU

Felicidad

Te ha quedado el calor irrepetible de la gente querida, de sangre o llegada por los caminos de la amistad

Lejos queda la España del 600 ABC
Antonio García Barbeito

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Deseas hartarte de jamón, y un día compras un buen jamón y te hartas. Y después, ¿qué? Sueñas el mejor coche, y llega un día en que puedes comprarlo, y lo compras, y después, ¿qué? Así podríamos estar, hasta el infinito, enumerando lujos y placeres. Una mujer de la tribu, soltera y de casa bien, magníficas tierras de buena renta, iba a la tienda a comprar y compraba lo que todo el mundo, y una vez alguien le dijo: «Francisca, tú tendrías que vivir mejor de lo que vives…» Y Francisca, que era fina de sentido, le respondió: «Mujer, ¿y qué quieres que haga, que almuerce dos veces?»

Recuerdas ahora cuando te quedabas mirando los coches que entraban al Molino, un 600, un R-10, un 850, un «escarabajo»…, y tú, aunque no tenías edad de carné, imaginabas que en uno de aquellos coches cabría toda tu felicidad, para viajar sin necesidad de autostop, sin tener que esperar a los camiones de viajeros, sin tener que ir hasta el tren… Y te fijabas en los trajes de algunos hombres bien vestidos, y te admiraban algunos colores como el de príncipe de Gales, algunos zapatos brillantes, algunas corbatas… En una de tus etapas de camarero, cuando servías tapas de filetes, imaginabas lo que sería hartarse de aquellos filetes que olían a gloria; o, mientras con tus amigos, en algún bar de Sevilla, le dabas coba larga a una caña y una tapa de ensaladilla, mirabas los langostinos, los platos de jamón, y no podías hacerte una idea de lo que sería poder disfrutar de todo aquello. Un día, como tanta gente, tuviste acceso a un coche mejor que aquellos que admirabas, y a mejores trajes que los que veías, y llegó a tu casa el primer jamón, y las primeras gambas… Y todo lo disfrutaste. Y después, ¿qué? ¿Qué te ha quedado de todo aquello? Te ha quedado el calor irrepetible de la gente querida, de sangre o llegada por los hermosos caminos de la amistad, gente importante por lo que es como persona, no por lo que tiene o por lo que suena en los papeles. Gente, en definitiva; buena gente. Te queda el placer irrepetible de oír cómo suena el teléfono, cómo te llegan los abrazos, cómo te quedas a solas con un libro, con una candela, una tostá, un vaso de vino y gente a la que puedes dejarle la espalda. Un puñadito de piñones tostados, un aceite recién prensado, una manzanilla fresca, una mirada limpia, un rincón cálido, sin lujos, un pan que alguien trae de Portugal o de Galicia, unas aceitunas especiales, unas naranjas, y, siempre, alguien, de la sangre o de la amistad -ay, los amigos- que llega, te abraza de verdad y te deja sobre la mesa el corazón, abierto, ese as del alma que le puede a todo.

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