La Alberca
Excremento de artista
El ninot del Rey en Arco no es una provocación, sino un homenaje a las latas de Manzoni
Cuando Dalí quiso romper para siempre con su padre, al que no soportaba, le envió una carta con una mancha de semen y una frase terminante: «Ya no te debo nada». El arte es casi siempre un desahogo anímico, una excreción del alma. Pero el ... pintor catalán quiso convertirlo también en una evacuación corporal con aquella despedida tan visceral, literalmente hablando. En realidad, la relación entre las emociones espirituales y las debilidades físicas es tan antigua como la Humanidad. Plotino, en sus anhelos ascéticos, llegó a confesar que se avergonzaba de tener cuerpo. Pero tal vez nunca a lo largo de la Historia se ha explotado tanto esa convergencia entre la creación intelectual y la orgánica como en el último siglo. Olvidemos el urinario de Duchamp, que es el símbolo más maniqueo del arte contemporáneo. El caso más flagrante, muy similar al de Dalí, es el del italiano Piero Manzoni, que expuso en la Galería Pescetto 90 latas llenas con su propio alivio intestinal. El presunto creador tituló aquella obra de una forma muy elocuente: «Mierda de artista. Contenido neto: 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada en mayo de 1961».
«Mierda de artista» es un buen título también para el autor del ninot del Rey Felipe VI en Arco. Porque cuando el arte pretende ser subversivo desde el plano ideológico, no desde el estético, hay que tener mucho cuidado de no caer en la defecación. La transgresión es habitualmente una descarga estomacal al alcance de cualquiera, una cagada envuelta en papel de regalo y con un título rimbombante. Qué sé yo: «Alhorre abisal en su gama de colores». Para ese tipo de arte, lo único que se le exige al artista es tener bien expeditos los orificios de su cuerpo, ora el ano, ora la boca, por la que también se evacuan obras procedentes del detrito mental.
La verdad es que este debate es bastante aburrido, aunque todos los años hay algún iluminado que pica en Arco. Los ciudadanos de a pie no podemos alcanzar esos conocimientos tan profundos de los esnobistas con gafas de pasta sin cristales, así que no podemos participar en la discusión sin que nos acusen de catetos. Por lo visto, quemar un ninot del Rey es una «performance» de honda vocación artística, no una provocación barata de unos payasos en busca de fama. Pero a mí esta historia me ha servido al menos para rescatar de la memoria lo que le pasó a un bohemio del flamenco, Gaspar de Utrera, después de cantarle a solas a Picasso en Francia. El pintor malagueño se emocionó tanto que, mientras el cantaor emitía aquella obra de arte, le dibujó a carboncillo un quejío en su camisa y se la firmó. Tras el trueque, Gaspar guardó la prenda en su maleta y, después de dos días de viaje en tren, se acostó al llegar a casa. Pero cuando se despertó, ya no estaba, así que preguntó a su esposa: «Niña, ¿y la camisa blanca?». Ella, inocentemente, contestó: «La he lavado porque venía toda manchada de hollín del tren».
Aquella mujer no entendió a Picasso, al que tras el enjuague ya no le debía nada. ¿Cómo vamos a entender a un enlatador de miserias que, además, nos debe a todos el respeto que le ha faltado al Rey?
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete