LA TRIBU
La escena
El gran escenario no acaba de ver cómo desaparece un vestuario cuando ya ve que la ciudad está echándose otro por los hombros
Más que el nombre de un mes, a la ciudad le cuadra más el imperativo que parece pronunciar cuando se trata de lo que se trata: «¡Abrid!» Porque en muchas cosas es el mes de abrir, aunque las tempraneras manos de marzo le abrieran la cremallera de la luz todavía sin hacer y esa osadía le haya costado un diluvio de chaparrones. Aquí, abril es abrir, y es abrid, infinitivo que se hace imperativo cuando se precisa. Pero hace falta que la ciudad esté, porque si no es así, sonará en el aire la voz endecasílaba del de Moguer: «Abril, sin tu asistencia clara, fuera / invierno de caídos esplendores…» El de Moguer parecía nombrarte en cada vez de la belleza. Dice en el mismo soneto: «Eres la primavera verdadera; / rosa de los caminos interiores, / brisa de los secretos corredores, / lumbre de la recóndita ladera…»
El gran escenario no acaba de ver cómo desaparece un vestuario cuando ya ve que la ciudad está echándose otro por los hombros. Imparable. Y todo, con elegante sencillez, con suavidad de quien pasa del blanco al rojo sin que se note más que una velada huella de colores que va camino del color apetecido por la ciudad. En la misma escena, la ciudad ha sabido gritar vivas y partirse las manos aplaudiendo y guardar un silencio de los que duelen; ha sabido llorar de emoción y ha sabido callar de respeto. Por esto, cuando la ciudad amanece para el cambio más notable, para pasar de lo sagrado a lo pagano, lo hace de una manera tal que algunos, muchos, no saben bien dónde está lo uno y dónde lo otro. En lo sagrado hay esquinas paganas que tienen permiso para estar, y en lo pagano hay momentos, gestos, detalles, que la ciudad considera sagrados. El gran escenario es ella, la ciudad, y la guionista, y el traspunte, y el actor principal, y los extras… Y el público. Todo es ella, porque todo lo hace para ella, como quien viviera permanentemente frente a un espejo en el que fuera viendo —y tratando de perfeccionar— todos sus movimientos. Supo admirar mantos la que a partir de hoy sabrá decir si son hermosos los vestidos, seda y oro, de los toreros; sabrá decir ole la que supo decir viva; y beberá el vino de preferia quien supo ayunar o guardar vigilia. Toda cabía ayer en una salida, en la Campana, en una estrecha calle de barrio, en una calle oscura y silenciosa; y hoy todo cabe en una plaza de toros, porque, además, ahí vuelve a citarse la ciudad con ella misma y con su música, otra de sus pasiones, otra variante de la luz y del delirio, y del silencio a tiempo. Arriba el telón. La obra se llama «Abril». Escribe, dirige, interpreta y asiste, Sevilla. Procuren entender.
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