La escapada
Te fugaste con los siete magníficos, por aprender a hacer maravillas con el revólver
En la tribu no había ni androna tan ancha ni ventana tan grande. Vacío y vertical minifundio de cal durante el día, apenas caía la noche se convertía en la gran avenida por la que escapar a todos los deseos. Te acordaste de esa pantalla cuando viste la película «Cadena perpetua», porque el agujero de la escapada de Andy lo tapaban, crees recordar, carteles de Rita Hayworth y Raquel Welch. Y aquella pantalla era un agujero encalado que todas las noches estrenaba un póster, de una mujer hermosa, de un vaquero valiente, de un romano victorioso, de un asesino, de un sheriff, de un policía con gabardina y mascota, de un jefe indio, de un cómico…
Nadie sabía que ibas a aquel patio a escaparte. Es verdad que tu fuga duraba poco, dos horas, más o menos, pero te fugabas de aquel cine de verano que tenía, como los presidios, guardia en la puerta y tapias altas. Naturalmente, para fugarte de allí, antes tenías que entrar. No había fuga posible sin encierro. Pero ibas feliz al encarcelamiento, porque sólo el encarcelamiento te ofrecía la más aventurera posibilidad de fuga. No podías —o no sabías— fugarte desde la libertad de la plaza, del campo, del paseo… Necesitabas ir allí, encerrarte allí, entre cuatro paredes, para ensayar, y conseguir, la fuga. Como en la película «Cadena perpetua», camuflabas tu escapada con imágenes. Te fugaste una vez en una caravana que iba a la aventura del oro, sólo porque te gustó una de las muchachas que iba en una de aquellas carrozas. Y también quisiste fugarte con unos esclavos que se rebelaron y consiguieron escapar de las fieras garras de un sanguinario patricio romano. Y te fugaste con los siete magníficos, por aprender a hacer maravillas con el revólver, enfundándolo y sacándolo con rapidez de rayo. Y, aunque te daba pánico la idea de verte frente a un toro, te fugaste con un maletilla que saltaba las vallas de un cerrado y acabó triunfando y enamorando a la chica que le gustaba. Te fugaste con Joselito, quizá en Campanera, y con Marcelino pan y vino, y con todas las hermosuras que se bañaban en un río o dejaban ver sus encantos rodillas arriba o garganta abajo. Te hubiese gustado ser de la partida de José María El Tempranillo, por eso te fugaste con los suyos. Aquella pantalla se te abría las noches de cine y te permitía ir muy lejos, soñar, y aquello tenía tanto de malo como de bueno, porque para escapar, tenías que encerrarte en aquel patio. Todo empezó a cambiar para ti, todo empezó a ser una escapada real, cuando te diste cuenta de que lo mejor era escaparte contigo, lejos de todo aquello, único protagonista de tu propia y soñada realidad.