LA TRIBU

Los de entonces

«No hay nadie donde aquella mujer vendía altramuces, higos chumbos… Las niñas de entonces son ahora abuelas»

Puesto de venta de altramuces Álvaro Cabrera
Antonio García Barbeito

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Eran días de tempranos amaneceres y de mañanas largas, de dura jornada en el campo o de disfrute de vacaciones, según el chaval; de ir al casino a jugarse un pierdepaga al billar, o un futbolín y, como quien acelera violentamente una moto, medio destrozar jugadores de plomos; de ver pasar el tiempo sentados en un malecón a la sombra, o de enfilar las sendas que bajaban al río, aquel lujo contra el calor; y horas espesas, sordas y lentas, esperando a que pasara la siesta que, tras la marea, diera a la primera luz del paseo, aquel paseo por el que caminábamos a ver si veíamos a la niña que nos encandilaba. Sobretardes de quiosco y garbancitos tostados, de la mitad de un corte de helado —perfecto triángulo del deseo cremoso— o de un polo de nieve que te afeminara el color de la boca. Eran noches de cine o de banco de la plaza, de poyete o de guateque en alguna azotea, algún patio, allí donde el amor —o lo que creíamos amor— tenía nervios de punteo de guitarra y un azucarado sabor a Mirinda. Es posible que la otra noche, bailando, estuvieras con Lola, o que un trago de Casera caliente te supiera a sorbito de champán, o aprendieras, por Los Bravos, que, en inglés, negro se dice black.

Has venido a pasar unos días de vacaciones a tu lugar de nacencia, donde tienes tu adolescencia escrita con puntos suspensivos y tu juventud con distantes puntos y aparte; has venido desde muy lejos a pasar un día, «a echar el día y volverme a la noche», porque ya es de otro la casa de tus padres, que ya no viven, y no están o no te reconocen amigos de hace medio siglo. Y, muy desanimado, me dices: «Hay que ver lo que ha cambiado todo: no está el quiosco en la plaza; los casinos se han transformado y, como escapados de una canción de Sabina, uno es un banco, otro un edificio oficial, otro un almacén… No hay puestos de frutas y verduras en los zaguanes. No hay paseo y en su lugar pasan motos y coches. Nadie se baña en el río. No hay forma de comprar un corte de helado, ni hay nadie donde aquella mujer vendía altramuces, higos chumbos y agua fresca… Las niñas de entonces son ahora abuelas, muchas de ellas muy descuidadas…» Hablas como si te hubieses conservado chaval y hubieses ido viendo los cambios de todos y de todo. Y no te vieras a ti, como si tú te hubieses mantenido embalsamado en el aire. Es una pena, amigo, que nunca leyeras a Neruda: «Puedo escribir los versos más triste esta noche… Como para acercarla mi mirada la busca. / Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. / La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. / Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.»

Los de entonces

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación