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Tribuna abierta

A los 150 años de la muerte de los hermanos Bécquer

Cuando marcharon a Madrid, iban impregnados del aire de Sevilla que nunca los abandonó

Lápida de los hermanos Bécquer en el Panteón de los Sevillanos Ilustres ABC

Enriqueta Vila

¡Ay! ¡a veces me acuerdo suspirando

del antiguo sufrir…!

Amargo es el dolor, pero siquiera

¡padecer es vivir!

(Final de la Rima LVI)

¿Quién no se ha acercado a Bécquer en estos días de incertidumbre y dolor para poder ... vislumbrar una esperanza y un sueño? Días y meses que han ensombrecido la conmemoración del 150 aniversario de la muerte de los dos hermanos Bécquer: Gustavo Adolfo y Valeriano, descendientes, por línea materna, de unos grandes comerciantes flamencos establecidos en Sevilla desde el siglo XVI. Una familia de grandes mercaderes con Indias que, junto con la de los Neve, Munibe, Antonio —todos flamencos—, Mañara y Almonte, eran los que más plata recibían de América en el primer cuarto del siglo XVII. Plata que fructificó en personajes como Justino de Neve, Miguel Mañara o Nicolás Antonio que tanto brillo dieron a la ciudad que los vio nacer. El de los Bécquer llegó más tarde, cuando de la plata no quedaban más que los fulgores que ellos mismos le dieron al apellido con su pasión artística. Su padre y su tío, buenos dibujantes y pintores, los fueron preparando en su casa de la calle Conde de Barajas, de Sevilla, en el barrio de San Lorenzo en cuya parroquia se bautizaron y donde transcurrió la infancia de ambos. Cuando marcharon a Madrid, iban impregnados del aire de Sevilla que nunca los abandonó.

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