Manuel Contreras - PUNTADAS SIN HILO
Empezar desde el principio
La cuestión es mucho más primaria: no es que tengamos malos jugadores, es que flaquean los conceptos básicos del juego
Ha afirmado Diego Cañamero, ese Robin Hood de la campiña sevillana convertido en diputado nacional gracias a Podemos, que los españoles debemos acudir a las urnas una tercera, cuarta y quinta vez si hiciera falta «con tal de echar a Rajoy». El líder jornalero, que ha modernizado como asaltasupermercados la clásica figura del robaburros rural, hace gala de un arraigado espíritu democrático según el cual los votantes se equivocan si no votan lo que él defiende. Y el voto equivocado es, naturalmente, un voto inútil. Cañamero debe pensar que las elecciones generales son como aquellas asambleas en Marinaleda o El Coronil en las que todo el pueblo votaba lo que dijese Juan Manuel Sánchez o él mismo. Es decir, un mero formalismo cosmético para dar apariencia democrática a sus decisiones. Si Cañamero fuese árbitro ordenaría repetir el penalty hasta que su equipo marcase el gol.
Más sutil, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, también acaba de señalar que llegará «hasta el final» para cumplir el mandato de las urnas, que es impedir que gobierne Rajoy. «Nos votasteis para que cambiáramos la política y pusiéramos fin al Gobierno de Rajoy y eso lo vamos a llevar hasta el final», señaló en Vitoria, donde agregó que sus votantes quieren que España tenga un gobierno «regeneracionista», lo que pasa indeclinablemente por un pacto con Podemos y fuerzas segregacionistas. Es decir, Sánchez está dispuesto a romper las líneas que ha trazado su partido en nombre del mandato de las urnas, de lo cual se colige que se considera el Elegido, el único gurú que sabe interpretar el voto —cada vez más escuálido bajo su mandato, por cierto— del PSOE. Sánchez tiene el don de interpretar las urnas y, a pesar de que los sondeos indican lo contrario, ha determinado que los votantes socialistas prefieren echarse en manos de independentistas en un gobierno Frankestein antes que dar vía libre al pacto de 170 diputados que roza la mayoría absoluta.
Las actitudes de Cañamero y Sánchez invitan a pensar que el verdadero problema de España no es la nula capacidad de sus dirigentes para alcanzar acuerdos, sino la mera formación democrática de éstos. La cuestión es primaria: no es que tengamos malos jugadores, es que flaquean son los conceptos básicos del juego. Si defendemos repetir elecciones hasta que salga la nuestra bolita o anteponer carambolas matemáticas a la ideología, entonces es que tenemos que empezar desde el principio. Explicar que en una democracia saludable todas las opciones son igual de legítimas, y que no se trata de imponer ideas, sino de convencer a los electores. Que no hay voto malo, porque todos valen igual, y hay que respetar cada uno de ellos. Y que, más allá de que en las urnas gane el PP, el PSOE o quien sea, en las elecciones siempre hay un único vencedor: el pueblo.