Tribuna Abierta

Elige tu propia mentira

La seña de identidad de los nuevos tiempos es la renuncia voluntaria y consciente a la toma intelectual de decisiones informadas

Miguel Ángel Robles, consultor y periodista ABC

Miguel Ángel Robles

El filósofo y diseñador Fernando Infante, una de las mentes más privilegiadas que conozco, ha sacado recientemente, con su grupo «Nulo», un disco titulado «Elige tu propia mentira». No se me ocurre una definición más sintética y certera de los tiempos que vivimos, caracterizados por una concepción del mundo que va más allá del mero relativismo, porque no es solo escepticismo sobre la capacidad humana de alcanzar la verdad. Es sobre todo indiferencia absoluta sobre ella, al mismo tiempo que enaltecimiento de la superioridad del yo emocional: si me place, bienvenido sea, aunque sea falso, incluso aunque me acabe haciendo daño.

Esa convicción no solo rige nuestros comportamientos en la vida privada, sino también en la esfera pública. Si toda la construcción democrática de las revoluciones liberales se erigía sobre la posibilidad de acercarse a la verdad y al interés general a través de la deliberación entre mentes pensantes y autónomas, la vida política hoy se levanta sobre el lodazal de las convicciones emocionales e indoblegables, indiferentes a los hechos demostrados y al influjo de la razón. Es como si nos hubiéramos convencidos de que todos tenemos derechos a elegir nuestra propia mentira, porque para eso estamos en democracia.

Ya en la segunda mitad del pasado siglo, profesores de la Universidad de Columbia y de la Universidad de Yale habían acreditado el relativo peso de la deliberación racional en las decisiones individuales que adoptamos para la vida política. Los investigadores que formularon la teoría de los efectos mínimos, primero, y los que más tarde sentaron las bases del modelo de comunicación persuasiva se dieron cuenta de que las ideas que se lanzan a la esfera pública tienen el efecto principal de reforzar las actitudes preexistentes de los individuos, no el de modificarlos. Hasta tal punto esto es así que el público llega a distorsionar el sentido original de los mensajes para hacer que encajen en sus opiniones previas.

Sin embargo, hasta hoy, todos tratábamos de convencernos de lo contrario, y luchábamos por evitar que los sentimientos, las opiniones heredadas, las ideas hegemónicas y los prejuicios e intereses egoístas determinaran nuestra forma de pensar. Dicho de otra forma, tratábamos de elevarnos por encima de nuestras limitaciones, persuadidos de que nuestras decisiones (y particularmente las relativas a la vida pública) debían obedecer a elecciones intelectuales maduras después de documentarnos y reflexionar sobre la información recibida. Por eso, entre otras cosas, valorábamos la credibilidad y objetividad de las fuentes.

Lo específico de la nueva época que vivimos no es, pues, el reconocimiento del peso limitado de la razón en nuestras elecciones, ni la dificultad de llegar a las mejores decisiones a través de un proceso de deliberación (inter e intrapersonal). La seña de identidad de los nuevos tiempos es la renuncia voluntaria y consciente a la toma intelectual de decisiones informadas, la proclamación de la superioridad de la emoción individual sobre la razón colectiva y en suma la desahogada conformidad con la mentira siempre que esta nos genere una emoción positiva. Si en el siglo XX nos recriminamos nuestras barreras en el uso de la razón, en el siglo XXI exaltamos nuestra condición emocional, eximidos de cualquier remordimiento. Ser libre ya no es tener derecho a equivocarse, es tener derecho a elegir la falacia que nos haga vibrar.

Esa es la fuerza y la sutil agudeza que, a mi juicio, tiene el brillante reclamo de «elige tu propia mentira». Nos sitúa en el momento exacto de una generación que ha sido educada para vivir en la postverdad, y para disfrutar de ella desde un profundo egoísmo individual, desde el convencimiento de que incluso los asuntos que atañen al interés general solo pueden ser sopesados bajo la óptica de la emoción personal. En última instancia, el título del disco de «Nulo» es una inspirada plasmación de la invitación al juego que la sociedad gamificada ha convertido en proclama universal: la vida es recreo, y no hay cosa más trivial que lo serio ni más seria que lo trivial. Por eso, «hacer política» se parece cada vez más a «jugar a hacer política».

Ahora que se acercan las elecciones, deberíamos reconocer que «elige tu propia mentira» es el eslogan que mejor encaja con nuestra forma de decidir y con la propuesta que nos ofrecen las distintas fuerzas políticas. Es más. Después de asumir que las elecciones son la gran «fiesta» de la democracia, no deja de ser cuestión de tiempo que algún partido apele expresamente a la «experiencia» de ir a votarlo.

Del raciocinio público al sentimiento individual. Esa es la gran transformación de la vida política hoy, convertida en el trasunto de un anuncio de Nike: no lo pienses, just do it.

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