DELIRIUM TOPIC
#DíadelPeriodista
Me temblaban las piernas cuando me lo presentaron. Como becario, estaría a sus órdenes en la sección de Local. Me pareció serio, y también un poco introvertido; acabaría puliendo mucho aquella primera impresión en los siguientes meses.
Aquel primer día, malentendí que aún no habíamos empezado las prácticas y por tanto no comparecí por la tarde. A las seis, sonó el teléfono en casa. ¡Te llaman!, dijo mi madre. Cuando me puse, era él. ¿Qué haces que no estás aquí?, preguntó fríamente. Si crees que esto va de pasearse, mejor que mañana no vuelvas, concluyó, colgándome.
Volví, y me tocó ocupar mesa frente a él. Y así tuve el privilegio de conocerlo. Bajo su trato áspero y directo, escondía una tierna humanidad. Era sarcástico y punzante, y cuando tenía un buen tema entre manos, observarlo era como contemplar a un glotón ante el escaparate de una pastelería. Con su cigarro humeante siempre colgado de los labios, tecleaba con furia, como un boxeador en lucha eterna contra las palabras. Era, ante todo y sobre todo, periodista. Los arañazos más dolorosos y necesarios que me han dado en la vida me los hizo él con su rotulador rojo. Todas sus objeciones a mis primeras tentativas como periodista resultaron certeras. Una parte importante de lo que soy como juntapalabras se la debo a él.
En el Día del Periodista, siempre regresa a mi memoria. Y aunque han pasado ya muchos años, aún hoy, algunas veces, al caminar por la calle, creo identificarlo en la lejanía con su paso encorvado, zambo, genuino. Imagino que corro hacia él y lo detengo. He fabulado incluso con lo que le diría. Querría saber su opinión sobre todo lo que le ha pasado a este puñetero oficio en los últimos años. Pero sobre todo le confesaría: «Querido maestro Antonio, muchas gracias por las heridas».
