PUNTADAS SIN HILO

Demoscopicracia

La democracia es el gobierno del pueblo, y la demoscopicracia es la dictadura de la opinión pública

Las encuestas de población no siempre representan la realidad ABC
Manuel Contreras

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Los nuevos amos del universo no son los políticos, por mucha erótica del poder que les envuelva. No son desde luego los periodistas, por mucho que presumamos de marcar la actualidad. Ni los deportistas ni los cantantes guaperas, por muchos millones de seguidores que acumulen en las redes sociales. Ni siquiera los cocineros, por mucho que hayan sustituido a los brujos de la tribu como creadores de pócimas mágicas. Los nuevos mascas del asunto son los responsables de las encuestas de opinión, esos jueces que nos interpretan y deciden lo que es socialmente aceptado y lo que está condenado al oprobio de la desconsideración social.

El desarrollo tecnológico ha provocado una obsesión colectiva por la cuantificación. Hoy todo es medible prácticamente en tiempo real: desde la audiencia de un programa de televisión a la aceptación de una camiseta; desde la simpatía de un político a la aceptación de un comentario en twitter. Mientras usted tiene la amabilidad de leer este artículo, yo mismo voy a saber cómo está funcionando en la web. No se trabaja con intuiciones, sólo con certezas. Esta paranoia por el control estadístico nos ha llevado a una demoscopicracia, que es una versión adulterada de la democracia. La democracia es el gobierno del pueblo, y la demoscopicracia es la dictadura de la opinión pública. Todo es medible, y aquello que no cuenta con el favor del público se elimina. Los procesos de selección se popularizan y la aceptación social va sustituyendo poco a poco al criterio profesional. No se trata sólo de que el público decida la programación de televisión o quién representa a España en Eurovisión; los partidos apoyan o desactivan iniciativas legales de gran calado en función de cómo fluctúa su aceptación en los sondeos de opinión. A este paso llegaremos al día en que las sentencias judiciales se impondrán mediante macroencuestas o podamos votar sobre qué tratamiento médico debe prescribirse a un paciente.

La demoscopicracia es un peligroso proceso de vulgarización en el que la obsesión por la participación pública desvirtúa la propia democracia. No siempre lo que gusta a más gente es lo más conveniente. Pero una cierta cultura de que lo bueno es lo aceptado se va consolidando en la misma medida que va creciendo la posibilidad tecnológica de medir la aceptación de cualquier nimio detalle. Las relaciones entre adolescentes ya están marcadas por baremos de aceptación social: un chaval de quince años vale tanto como número de likes acumulen sus fotos en Instagram. En esta obsesión por la medición, uno empieza a sentir simpatía por las víctimas de esta dictadura de la opinión: los programas que desprecian los audímetros, los políticos que menos simpatía despiertan, los libros que nunca serán best-seller o las canciones que nadie se baja en Spotify. Bienaventurados los desheredados de la demoscopicracia porque de ellos será el reino de la singularidad.

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