En defensa del dedo

Convocar elecciones desde el poder y con el aparato del Estado repleto de infiltrados, puede suponer treinta diputados más

Manuel Ángel Martín

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Debería hacer una advertencia sobre si voy en serio o de coña porque si la ironía y el sarcasmo se dan mal en la comunicación oral, también en la escrita exigen una pluma o teclado aguzado y docto, que no es el caso. Así que les dejo a ustedes con la provocación del título y la duda irresoluble, así es si así os parece. La cuestión es que, entre la lluvia de críticas a los «dedazos» y las apelaciones a una meritocracia humillada, yo quiero reivindicar las ventajas que lo calificado por la burocracia como libre designación o personal de confianza tiene sobre otros sistemas de selección para cubrir puestos en la política, la alta administración y, en general, allí donde residen los manaderos del poder. Usted lo ha pensado, leído y debatido ante la pedrea dorada de nombramientos de relevo a un coste medio de más 200.000 euros que en este mes del desembarco del presidente se han venido produciendo. Todos ellos «a dedo», ni siquiera por cooptación, mucho menos por elección y todos por relaciones de coincidencia ideológica y de fidelidad. Usted se indigna (salvo que alguien cercano haya sido «premiado», ¡faltaría más!) y rezonga que lo pagamos «nosotros», los contribuyentes, y ya le digo que no vale el argumento porque «nosotros» lo pagamos todo, de forma directa, indirecta, en contante o en especie. Se acepta el consuelo de que todos los partidos lo hacen, y la indignación porque un tonto o tonta entre, se compensa con el alborozo porque otros salgan, que esto es mal de muchos y, por ende, es consuelo de tontos. «Dedo» viene del latín «digitus», y digital sería lo que se puede contar con los dedos, o sea algo escaso y mensurable como viene a ser la honradez y la eficacia, conceptos más precisos que esa economía digital que tanta confusión permite. Les remito a las hermosas etimologías (también las de San Isidoro) que yo aquí sólo quiero resaltar la funcionalidad anatómica de los dedos, su impecable especialización, y la primacía política del índice y sobre todo del pulgar, símbolo del poder de decisión, aunque algunos hayan querido denigrarle como matador de pulgas.

Pues bien, el método de designación a dedo es limpio, rápido, comprensible y compartido, y combina la actuación conjunta de índice y pulgar antes citados. La elección democrática, más o menos representativa, tiene tales dificultades, imperfecciones y fracasos (véase las primarias del PP) que va perdiendo terreno y transformando este régimen parlamentario en uno presidencialista en el que el presidente no se elige, lo cual resulta muy original. Esta desvergonzada «digitalización» que nos invade permite al menos verle venir, y entender que convocar elecciones desde el poder y con el aparato del Estado repleto de infiltrados, puede suponer treinta diputados más. Así ha sido y será siempre en España y en Andalucía. Sólo el deporte y la economía exigen el mérito cotidiano para sobrevivir. Lo demás, a dedo.

@eneltejado

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