Javier Rubio - CARDO MÁXIMO
Fin de curso
Ya no va a haber más protestas de padres a las puertas del Parlamento ni más reportajes en la prensa
Mentiría si dijera que mis padres me hubieran cruzado la cara si, cuarenta años atrás, les hubiera rogado no ir al colegio porque hacía mucho calor. Nunca me pusieron la mano encima; pero el bocinazo que hubieran pegado se habría oído con nitidez más allá del Altozano. Enseguida íbamos a quejarnos del calor, del frío, de la lluvia o del pedrisco los que fuimos a la EGB. Y enseguida iban a quejarse nuestros padres de lo que fuera: con clases de lunes a sábado menos la tarde de los miércoles. La primera vez que vi el incomodísimo banco de madera desde el que los bachilleres seguían a Fray Luis de León en la Universidad de Salamanca, con mitones para calentarse en el frío invierno mesetario, yo también me quedé de una pieza: «Decíamos ayer» pasó a ser algo más que una frase hecha para convertirse en el mejor alegato contra cualquier obstáculo a la enseñanza.
Los alumnos se merecen aulas climatizadas, ¡por supuesto! En los colegios de los años 70 no había aire acondicionado, pero nuestras madres suspiraban por él mientras planchaban y nuestros padres también lo anhelaban en sus oficinas. No había aire en ningún lado: ni en las plazas de abasto, ni en las casas de socorro, ni en los ambulatorios, ni en los autobuses, ni en los coches… La climatización era la gran baza de los cines y de los grandes almacenes, así que a los escolares y mucho menos a sus padres se les pasaba por la cabeza la posibilidad de abdicar de sus obligaciones así estuviera cayendo plomo derretido del cielo.
Ahora todo es distinto. Gracias a Dios, al ingenio de los hombres y la prosperidad general. El calor, grado arriba o abajo, sigue siendo el mismo, pero las urgencias de la Junta –nunca me han convencido los sindicalistas reconvertidos en gestores públicos– han decretado el fin del curso por las bravas. Muerto el perro, se acabó la rabia. Ya no va a haber más protestas de padres a las puertas del Parlamento ni más reportajes. Los colegios seguirán abiertos, los profesores podrán refrescarse y queda al albur de los padres si los niños van o no. Pero el que acuda, que no se queje: un sistema perverso en el que la responsabilidad en la educación de sus propios hijos se le hurta a los padres como si fueran incapaces de tomar la decisión correcta para devolvérsela de sopetón, sin previo aviso, cuando el calor aprieta y la Junta quiere quitarse de encima la patata caliente.
Ya está. La última semana de curso es prescindible. Y no importa si los niños van o no van. Hay que anteponer el confort y la comodidad de nuestros alumnos a su instrucción. Ese es el terrible mensaje que ayer trasladó la Junta. No hay más que hablar.