NO DO
Cuando el tiempo nos alcanza
Aquellos tres días de octubre pasamos de las urnas trucadas a la democracia asentada
Llega octubre con su calor cansada, con esta humedad que deja el verano en ese rastro sudoroso que impide la despedida. Llega octubre con olor a tiempo nuevo, con el ansia por cambiar de estación, con los proyectos bullendo en la cabeza al igual que bullía el metro del soneto en la mente de Garcilaso cuando su amigo Boscán se trajo el Renacimiento de Italia. Octubre es precisamente eso, un renacimiento que no tiene quien le escriba catorce versos, o las tres líneas de una soleá. Octubre es el mes sin literatura, aunque la memoria nos traiga la luz mortecina de un patio, el rumor de una fuente sin agua, el tiempo que nos alcanzó con esa lucidez que Cernuda situaba en la frontera del hombre: el adiós al paraíso de la infancia.
Hace un año España se debatía entre las porras y las urnas, entre el artículo 155 y el desafío de los que quieren comer aparte para comer más (Bono dixit). Aquel 1 de octubre pasará a la historia regional de la infamia democrática por los ataques que sufrió el sistema a manos de los totalitarios que quieren imponer su idea de nación a los que no piensan, ni sienten, como ellos. Todo era mentira. Solo había una gran verdad sobrevolando la falsedad de las papeletas marcadas como naipes de tahúr: la mezcla del progresismo con el nacionalismo es como el sueño de la razón según Goya. Produce monstruos.
Hace un año, al tercer día de la pantomima del referéndum, apareció en televisión un Rey con mayúscula. Con un aplomo digno de análisis y de elogio, Felipe VI hizo lo que otros, por abulia o por no parecer fachas, no se atrevieron a llevar a cabo. El discurso del Rey fue de una contundencia medida, de una fuerza basada en la libertad, de una oportunidad que nada tenía que ver con el oportunismo. España respiró aliviada. Había alguien ahí, aunque no tuviera la lucecita encendida como los padrecitos de los sistemas totalitarios quieren hacerle creer al pueblo, ya sean de derechas, de izquierdas o medio pensionistas.
Aquellos tres días de octubre pasamos del vértigo a la serenidad, de las urnas trucadas a la democracia asentada, de la historia manipulada a un personaje histórico que hizo honor al cargo que ostenta. Al igual que su antepasado Luis Felipe de Orleans decía que no era el rey de Francia, sino el rey de los franceses, Felipe VI puede proclamar que es el Rey de los españoles. De todos. Incluso de los que se creen, pobrecitos míos, que no lo son.
Aquellos días de octubre nos dejaron escenas de miedo y de seguridad. En medio, como sacado del alma que late en el fondo idealizado de la ciudad, hubo un momento de esos que nunca se olvidan. Cada uno tiene los suyos. Caía la tarde como un telón de niebla. El cronista leyó un artículo de este ABC donde hablaba de uno de los tres o cuatro poetas que ha marcado su vida. En un patio. Siempre un patio. Fuera, el país era una locura. Dentro, el tiempo nos alcanzó con los versos más estremecedores del poeta. Libertad no conozco…