Tribuna abierta

Credo navideño

Creo en la familia y en mi familia, en mi padre, que se fue, pero estará siempre, y en mi madre, que se llama Milagros y es un milagro

Luces de Navidad en Sevilla J. M .Serrano

Miguel Ángel Robles

Creo en la Navidad, en sus sombras, que también las tiene, y en sus muchas luces, en todas sus luces, incluso en las de la Avenida, y sobre todo en esas luces pequeñitas amarillas que caen elegantes de algunos edificios, y las que se enredan entre las ramas de los árboles, y las de los abetos artificiales de las casas, coronados por estrellas plateadas, creo en los paquetes junto al árbol, en Papa Noel y en sus renos, y en las almibaradas películas de serie B protagonizadas por Santa Claus, como Milagro en la calle 34, que es la mejor de todas ellas, donde el regalo es un milagro, y el milagro es una casa y sobre todo una familia para una niña.

Creo en la familia y en mi familia, y en mi padre que se fue, pero estará siempre, y en mi madre, que se llama Milagros y es un milagro, y en la cena de Nochebuena, y en el discurso del Rey, y en la lotería de Navidad que nunca me tocará porque les tocará a otros que lo necesitan más, y en todos los regalos y sobre todo en los regalos que los Reyes Magos nos traen de Oriente, y en la cabalgata que veía junto a mis hermanos en los soportales de la zapatería Garach, en la calle Tetuán, y en la que ahora veo con mis hijos y mis sobrinos en la Magdalena o en la Puerta la Carne, creo en la Navidad como una inmensa víspera infantil hasta la mañana del seis de enero y en las escapadas de Año Nuevo, y en las uvas, y en las lentejas y en la cuenta atrás y en cualquier forma de celebrar el fin de año que acabe en un beso (de tornillo) de mi mujer.

Creo en los globos, y en los belenes, y en las guías que los periódicos sacan por estas fechas, en las comidas de empresa y en las actividades para niños, los cuenta cuentos, los teatros de marionetas, los conciertos, los coros, y las iglesias del centro de Sevilla, San Felipe Neri, la Misa del Gallo, los villancicos tradicionales, Noche de Paz, los recopilatorios de música clásica de Navidad, el Mesías de Haendel, los tres tenores, las retransmisiones de Año Nuevo desde Viena, los saltos de esquí, las inocentadas del 28, los telediarios sin noticias relevantes, los políticos de vacaciones, los menús que servirán los hoteles, el gasto de los españoles en marisco, la subida del precio de los percebes y el jamón de Huelva, Córdoba, Salamanca y Extremadura.

Creo en el frío, y en los cielos azules y soleados de mi ciudad, y en la Sevilla que sale a la calle como en una Semana Santa anticipada, creo en las tapas clásicas y en las innovadoras, en el Rinconcillo, Casa Morales, Vizcaíno, Casa Román, La Flor de Toranzo, Casa Ricardo, Casablanca, Becerrita, y también en Mechela, El Contenedor, la Brunilda, la Azotea y Tradevo, creo en las mesas bajas y en las altas, y sobre todo en las barras, y en las tardes de paseo por calles poco transitadas, y en las castañas asadas, y en las glaseadas, y en los dulces de los conventos, los panes de Cádiz, las mermeladas de naranja amarga, el pavo y el cordero, las sopas con picatostes y huevo duro de cuando era pequeño, la carne mechada, el roast beef, las cajas de vino y las cestas de Navidad anunciadas en los catálogos de El Corte Inglés.

Creo en todas estas cosas de la Navidad y sobre todo creo en la Navidad de Dios. Creo en el Niño que nace todos los años en Nochebuena, y en cada niño que nace en cada familia, y en su capacidad de redención sobre quienes lo ven nacer. Creo en el Niño-Dios nacido en un pesebre, criado en la familia humilde de un carpintero, que, siendo Dios, fue el más humano de todos los hombres, el que dijo que los últimos serían los primeros y mandó servir a los demás para hacerse grande entre los hombres, el que se acercó a los pobres, a los enfermos y a los niños. Creo en el Cristo que separó el Estado de la Iglesia cuando recomendó darle a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, y el que concedió a los hombres libertad para equivocarse, y pidió amor y comprensión para aquellos que más se equivocan, el que nos conminó a no tirar nunca la primera piedra y nos invitó a mirarnos al espejo antes de reparar en la paja del ojo ajeno. Creo en el Niño Jesús indefenso en un Portal de Belén e igual de indefenso en una Cruz en el Monte Gólgota, el que siempre ofreció la otra mejilla, el que no quiso que sacaran las espadas contra el Judas que le traicionó y el que nos dejó como mandamiento casi una sola petición: que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Creo en el Dios hecho Hombre y en la serena Victoria de su derrota, y creo en el plácido triunfo de cualquier fracaso voluntariamente aceptado por fidelidad a unos valores, por lealtad a un padre o amigo, y por dignidad.

Creo en el Dios de la Navidad, y, si al final de la vida se me revelara que ese Dios no existe, me sentiría de igual modo agradecido a mis padres por haberme enseñado a creer en Él.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación