LA ALBERCA
Consumatum est
El Cachorro nos demuestra hoy que el tránsito es la luz de Sevilla muerta en su sombra
![Cristo muere cada Viernes Santo para resucitar al tercer día](https://s3.abcstatics.com/media/opinion/2018/03/31/s/cristo-cachorro-dos-kfGI--1240x698@abc.jpg)
Ha muerto sin morir. Se ha detenido. Ha muerto en este Viernes nubarrado y todos nos buscamos en su muerte que no está muerta aún porque ha vencido. Ha muerto y está vivo, descolgado, clavado en la memoria de la cruz, hundido en el espacio de la tarde, perdido en la otra orilla del suspiro, abierto por el pecho, cadavérico, y hermético por dentro en su estertor. Ha muerto y aún respira sin oxígeno. Está buscando un pósito de vida por fuera de la vida, por la nada, y pende de un jadeo terminal, de un túnel sin salida hacia este lado que lleva hasta la luz del otro lado, el lado verdadero: el infinito. Ha muerto y sobrevive todavía, quizás porque la muerte no es la muerte en labios del Cachorro de Triana, sino una voz, un ay, un martinete que el Cristo ha de cantar en su agonía al ritmo del martillo que lo clava. Ha muerto sin morir. Por eso canta.
Ha muerto en la vigilia y aún existe, resuella todavía en su milagro andando por las aguas, sin hundirse, y viene de la muerte a confesarnos que va a sobrevivir a su dolor. Morir así es morir sin ceremonias: morirse y nada más. Y nada menos. Morirse retorcido sobre el río de sangre que ha dejado a nuestros pies. Morirse en las ventanas al pasar, morirse en los balcones al volver, morirse en los naranjos, en los patios, morirse en las macetas marchitadas, morirse en las retinas del anciano que quiere verlo antes de morirse, morirse en las fachadas, en los charcos, morirse en los reflejos de la tarde, morirse entre las llamas de la noche, morirse en las esquinas de la cava, morirse ante La O, que es Esperanza preñada de otro círculo de tiempo, morirse sin nacer, volver a ser principio de un final que no termina.
Ha muerto y viene vivo, resistiendo, llenando sus pulmones de salitre del agua ya estancada en la conciencia, el agua que no corre, la que espera que pase ya la muerte por su lecho y sube río arriba en la marea queriendo detener lo inexorable. El río de Sevilla está parado igual que se ha parado la guadaña. Ha muerto sin morir. Se ha rebelado. Ha muerto en este Viernes. Ha vencido. El grito del gitano moribundo oxida las barandas de Sevilla con un halo mortal cogido al hierro queriéndose tirar en el abismo del hondo precipicio interminable. Y no cae jamás ese quejido si no es al pozo inmenso del silencio. Así muere el Cachorro: sin medida. Ha muerto y sobrevive entre los muertos. Consumatum est. Todo está cumplido. Y al verlo revivir en su recodo de piedra cada día, ya sin flores, se cumple su milagro en la pared, allí donde su cuerpo se ha eclipsado. Allí es donde está muerto de verdad.
Sus músculos aún están aquí, en este lado cierto de la muerte que cuelga de la cruz y el cielo invierte: la vida es el final, el no es el sí. Su cuerpo está en tensión, al ralentí del último jirón, máxima suerte del Hombre que al morir, cuando despierte, será un eclipse gris sin frenesí. Al fondo, a contraluz, en medio metro, ya está el Cachorro muerto, alicaído, en una laxitud que entrega el cetro al mármol que su cuerpo desescombra, la vida en su silueta se ha perdido, el tránsito es la luz muerta en su sombra.