LA FERIA DE LAS VANIDADES

Confieso que he vivido

El virus del nacionalismo excluyente ha infectado la médula ideológica y sentimental de la mitad de los catalanes

El nacionalismo catalán volverá a cobrar protagonismo en estos días tras la Semana Santa INÉS BAUCELLS
Francisco Robles

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Volveremos a levantarnos a la misma hora, a repetir las rutinas porque lo son precisamente por eso, por esa manera de someternos a la noria de la costumbre. Regresará el conflicto catalán con las algaradas promovidas por aquellos que no se hartan de dar la tabarra todo el día… y buena parte de la noche. Es increíble que una comunidad tan próspera, tan privilegiada y tan mimada como Cataluña se haya entregado al fantasma de un nacionalismo que está pudriendo el afán cosmopolita que convirtió a Barcelona en una meca cultural hace cuarenta o cincuenta años. Pero el virus del nacionalismo excluyente es así, y ha infectado la médula ideológica y sentimental de la mitad de los catalanes, presos de un proceso que no se puede detener porque dejaría desnudos a los que se han vestido con el ropaje de ocasión que siempre brindan las ideologías excluyentes.

A partir de mañana volveremos a aguantar las diatribas y las discusiones bizantinas que promueve esa izquierda rancia donde las haya, esos náufragos del comunismo que no se contentó con arruinar todo aquello que tocó. Aquel naufragio económico y moral pretende resurgir al calor de una crisis que ya no lo es tanto, y ahí están, ajustando cuentas ajenas con el pasado y exhibiendo amnesia propia para que olvidemos lo que hicieron en su nombre. Tras ver a Anás y Caifás en los pasos o los tronos, volveremos a escuchar las pamplinas de ese Pablo Iglesias que se ha ganado el papel de personaje secundario en este teatro de marionetas que quieren vendernos como un drama shakespeariano.

Decíamos el Domingo de Ramos que el tiempo entraría en un paréntesis, y así ha sido. Días de emociones y de luz no usada. Noches de luces doradas y tibias, de emociones que nos han limpiado por dentro y que nos han permitido asomarnos a nuestros espejos más íntimos. Todo eso se acabó. Es el sino, el fatum del ser humano. Nos nutrimos con las migajas de tiempo que nos conceden los almanaques, y nos refugiamos en las grietas que rebuscamos en los calendarios. Algún día la especie humana alzará la vista y comprenderá que la vida no era esto, que era algo más elevado, algo más sincero, algo más hondo. No se trata de elogiar la pereza ni de ensalzar lo lúdico, como hace la posmodernidad cuando se pone estupenda. Se trata de vivir en el sentido más radical del término.

Vivir es lo único que importa, y esa es una de las lecciones que cada año extraemos de esta Semana Santa tan vitalista que montamos en Andalucía. Frente a la exclusión de otros, la inclusión en la fiesta que aquí es algo tan natural que no nos damos cuenta de esa virtud que nos adorna. No se piden carnés ni documentos. Cada uno la ha vivido a su manera, o ha vivido de otra manera sin hacer caso de lo que sucedía en la calle. De vez en cuando tenemos que sacar lo bueno que llevamos dentro, como Salinas pretendía sacar el mejor tú de la mujer amada. Exactamente igual.

A partir de mañana todo será distinto para que todo vuelva a ser igual. De pronto se nos colará un olor a cera, una flor quemada en la memoria, el eco de una música que nos sacó de lo cotidiano, una emoción agarrada a la imagen que nos da el latigazo por dentro. Entonces comprenderemos que valió la pena. Y confesaremos, en silencio y en soledad compartida, que hemos vivido.

Confieso que he vivido

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