Compadreo

Esta institución socialexplica a la perfección la trama de intereses del reparto arbitrario de los ERE

Javier Rubio

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Tiene escrito don Antonio Domínguez Ortiz, no recuerdo ahora si en su didáctica «España, tres milenios» o en su monumental «Orto y ocaso», que la gran aportación de la sociedad andaluza de la Edad Contemporánea fue la institución del compadreo. Entendido como la trabazón de relaciones sociales indestructibles en torno al bautizo. Ese compadreo, en el sentido más noble del término, unía con lazos invisibles a los padres con los padrinos del recién nacido por lo que siempre se procuraba que quien lo sacara de pila -expresión genuinamente andaluza- fuera alguien de alcurnia con posibles que se ocupara del bienestar del neófito en su juventud. Los compadres quedaban uncidos a pesar de su distinta extracción social y sus divergentes condiciones económicas. Tanto éxito tuvo esa institución como ascensor social que ha perdurado hasta nuestros días intacta. O con muy pocas variantes. Pero lo que menos esperaba uno es encontrársela en los ERE fraudulentos.

Gracias al tesón investigador del compañero Alberto García Reyes, hemos puesto nombres y apellidos a ese compadreo que se nos presenta en todas sus variantes, incluidos, cómo no, los padrinazgos políticos y los apadrinamientos para ingresar en la estructura del partido. El compadreo explica a la perfección la trama de intereses de este reparto arbitrario y discrecional. Lo teníamos tan cerca que no lo habíamos visto hasta que la serie de reportajes que ha empezado a publicar en ABC nos lo ha mostrado a las claras. El fraude de los ERE es un inmenso compadreo en el que bastaba con trabar conocimiento -no digamos ya amistad o interés recíproco- con el político que tenía acceso a las partidas presupuestarias del programa 31L para conseguir la subvención con la que aventajar a competidores.

El compadreo, esa manera tan nuestra de acercarse por pura familiaridad a quien tiene en su mano la llave de los caudales de todos, representa todo lo opuesto a lo que la Administración pública debe suponer: un sistema blindado contra oportunistas, arrebatacapas y compadres que usufructúan las ventajas del sistema en provecho propio por los lazos sociales que han tenido la suerte -o la habilidad- de tejer. Esa perversión del papel de la Administración pública explica todo lo que ha pasado en torno a las partidas millonarias del fraude de los ERE. Bastaba compadrear con cualquiera de los padrinos de todos esos clanes que el compañero García Reyes ha tenido la paciencia de identificar para sacar ventaja.

Puede que la institución del compadreo haya perdido fuste social en los últimos años de acelerada secularización pero lo que enseña el ERE es que los padrinos siguen repartiendo pródigamente el pelón entre los afortunados convidados al banquete.

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