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El color de la alegría

Nadie da un duro por España. Hace nueve años nos salvó el gol de Iniesta en Sudáfrica. Ahora, ni eso

Francisco Robles

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¿De qué color es la alegría? Se lo peguntaba Luis Rosales, como nos recordó Juan Eslava Galán en su comedido discurso tras recibir el premio Romero Murube. Rosales sigue siendo el poeta de los ojos azules y la casa encendida, el perseguido por esta ... nueva inquisición que echa mano del progreso para imponer sus ideas reaccionarias. Leer a Rosales es hundirse en ese azul marino de su mirada limpia, un punto infantil, incendiada por el deseo y recortada por las tijeras de la experiencia y el desengaño. Rosales se hizo uno de los autorretratos más duros que ha trazado un poeta sobre el espejo de la verdad interior. Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir: así vivió el poeta. Con un exceso de prudencia. Y con la certeza fatal que sirve para hundir el estoque del conocimiento en su desgastado -por falta de desgaste- corazón. Vivió de puntillas, «sabiendo que jamás me he equivocado en nada / sino en las cosas que yo más quería».

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