Cataluña eterna
El lazo amarillo de Puchi es la soga de esparto con la que la Cataluña eterna nos ahorca
![El lazo amarillo, símbolo de Puigdemont](https://s1.abcstatics.com/media/opinion/2018/04/04/s/cataluna-puigdemont-kbQD--1240x698@abc.jpg)
En diciembre de 1640, el presidente de la Audiencia de Santa Fe (o Nuevo Reino de Granada, más o menos la actual Colombia) Martín de Saavedra y Guzmán, informaba al Rey en una carta sobre un eclipse de sol, objetivo central de la misiva. No obstante, enterado dicho presidente del revoltoso clima político catalán, se animó a confesarle a su Majestad que en sus años mozos, concretamente en 1615, participó en sofocar una rebelión en Barcelona y que, igualmente, fue testigo de otros motines. Ante la situación que se vivía en Cataluña y la que el mismo señor Martín de Saavedra había vivido en sus tiempos de mocedad, se permitió recomendarle al Rey que levantara en Montjuich un castillo o reforzara la torre allí existente, avalado por la fuerza de los tumultuosos acontecimientos. Los interesados pueden ver la carta en la signatura Santa Fe, 24,R.7, N.39 del Archivo General de Indias. Casualmente, el facultativo Braulio Vázquez Campos anda manejando esa documentación estos días. Cosa que le viene a este artículo como el vino a los bocoyes. Gracias, Braulio.
La tozudez secesionista y levantisca, condición de sus élites, no es nueva. Hay muy pocas cosas nuevas. Y menos en política. Donde suelen tener antecedentes largos y su tiempo exacto de cocción y horneado. Lo que vivimos hoy se nos antoja el plazo cumplido. Un plazo que va de la tragedia a la comedia. Como aquel episodio en el que los catalanes levantiscos rompieron con España para unirse a Francia y pelear como aliados, para regresar, de nuevo, como gato que huye del agua, al amparo de Madrid porque, simplemente, los franceses le dijeron que el ejército lo pagarían ellos, los insurrectos y avaros separatistas. Por las mismas fechas que el presidente de la Audiencia de Santa Fe, Don Francisco de Quevedo y Villegas se desprendía de prejuicios (no sé si alguna vez los tuvo) para alertar al resto de los españoles de «en tanto que en Cataluña quedase un solo catalán y piedras en los campos desiertos, hemos de tener enemigos y guerras». Con no menos severidad, en 1641, se pronunció el Conde Duque de Olivares, sosteniendo que a Cataluña «hay que reducirla a los usos y costumbres». La china en el zapato viene de lejos. Complicando siempre el caminar de la nación con el pie que cojea por el noreste.
La Cataluña eterna, la que rebuzna cuando piensa y piensa con la insaciable voracidad cleptómana de sus élites más resentidas, le obligó a decir a Juan Negrín en plena guerra civil que «no estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un nacionalismo estúpido y pueblerino». Azaña, tan libre de sospechas, no se anduvo con paños calientes. Y dejó para el mármol la siguiente cita: «Una persona de mi conocimiento asegura que es una ley de la historia de España la necesidad de bombardear Barcelona cada cincuenta años. El sistema de Felipe V era injusto y duro. Pero sólido y cómodo. Ha valido para dos siglos». Franco no le hizo caso ni al presidente de la audiencia de Santa Fé, ni a Quevedo, ni tampoco a Negrín. Mucho menos al expeditivo amigo de Azaña. Y el rencor histórico de las élites catalanas creció con él de forma exponencial hasta el día de hoy, donde un empresario separatista ha llegado a insinuar que el problema de Cataluña (de una parte de Cataluña para hablar con rigurosidad) solo lo arreglaría el terrorismo o la contienda incivil. Paso a paso, la Cataluña del resentimiento eterno cumple con su destino tragicómico, como el honorable Tarradellas previno en cierta ocasión. Julio Merino, cordobés que por los ochenta dirigía el Diario de Barcelona, llegó a escucharle al honorable cómo Pujol le afeó que en su discurso de reencuentro se dirigiera desde el balcón de la Generalidad a los «ciudadanos» y no a los «catalanes». Tarradellas siempre se negó a hablar de Pujol, porque «no hablaba con enanos y corruptos». El lazo amarillo de Puchi es para España la soga de esparto con la que la Cataluña eterna nos ahorca desde hace tantísimo tiempo. Va siendo hora no de acordarnos de Montjuic pero sí de que el Estado se persone…