La Tercera
Las academias científicas a debate
Estos son retos para las academias y muy especialmente las de Medicina: anteponerse a lo que sabemos que va a llegar, no solamente en temas cien por cien específicos de la medicina y que afectan al individuo en este momento, sino siendo capaces de orientar a la sociedad sobre los problemas médicos que los avances científicos pueden aportar, como efecto negativo, para la salud física y mental

Alo largo de los siglos, las Academias han sido motor de transmisión de conocimientos a través de la enseñanza, de la evaluación de las investigaciones y la publicación de sus conclusiones. Durante generaciones se ha mantenido vivo el espíritu con que se crearon, conservando su ... vocación de docencia y de transmisión de conocimientos.
La historia y la vertiginosa evolución científica les han obligado a adaptarse a la evolución de las universidades y de las sociedades científicas, controladas por personas jóvenes en contraposición al ritmo académico reflexivo, maduro y pausado.
La necesidad de adaptación, siempre inevitable por la propia inercia de la evolución social, no solo tiene que existir como una presión del entorno. Los líderes individuales o agrupados en un colectivo, tienen que sentir la presión de ser ellos y sus instituciones, la avanzadilla de los cambios, los que corran con el riesgo de posibles errores y de tener que soportar las críticas y las sanciones que, en forma de desprestigio, les pueda imponer la sociedad a la que sirven. El exceso de prudencia no puede atenazar a individuos o colectivos que se sienten líderes.
Hagamos un mínimo resumen histórico: La corte florentina, bajo el impulso de la familia Medici, creó en 1454 la Academia Platónica (probablemente la primera academia del mundo), destinada a recuperar el conocimiento griego para promover la formación humanística con especial referencia a las artes.
Esta academia y otras también italianas y posteriormente francesas, inglesas y alemanas, representan a grupos de personas con la intención de crear una institución intelectual más acorde con sus ideas que las que predominaban en las universidades dominadas por la Iglesia católica, entre las que incluso no se contemplaba la disección de los cadáveres con fines de investigación.
El auténtico poder y leitmotiv de las academias fue sancionar los avances científicos, exigiendo en sus estatutos la obligación de que todos los libros publicados por los miembros, en cuanto tales, debieran recibir primero el imprimátur de la Academia.
Las universidades, renovadas, desplazan a las academias, otorgando los títulos y, en función del prestigio de estas universidades, consagrando a los autores y a sus trabajos. Se establecen modelos comparativos (rankings), basados en universidades con una alta calidad de investigación, principalmente en Estados Unidos e Inglaterra. El prestigio de estas, y del resto de universidades, se mide por las publicaciones en revistas científicas, por lo que, al igual que ocurriera con las academias, las universidades van cediendo relevancia a estas, con frecuencia originadas en universidades de prestigio (Harvard Health Journal), que van adquiriendo importancia en su papel de legitimación de la calidad de los trabajos científicos.
La concentración en editoriales internacionales producida en la segunda mitad del siglo XX (las revistas científicas) se ha convertido en el eje de legitimidad y en la principal forma de evaluación del trabajo de las comunidades académicas en relación a la función de investigación: la mayor parte de las universidades empiezan a ser desplazadas en su capacidad sancionadora, en función de su posición en el ranking internacional de calidad de las universidades.
El concepto de nivel de impacto de las publicaciones indexadas está siendo cuestionado por la influencia que, intereses económicos, puedan mediatizar a procesos de investigación. (Hipocolesteremiantes, antibióticos, vacunas…)
Pondremos la lupa en La Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla, que, como institución tricentenaria (creada el día 25 de mayo de 1700), tiene ante sí, día a día, las amenazas de: bien ser suplantada por organizaciones jóvenes, ágiles, políticamente protegidas y económicamente interesadas, o bien desatendida por la sociedad si sus mensajes y aportaciones dejan de ser atractivos, o siéndolos, no somos capaces de acercarlos a nuestros destinatarios.
Pero tiene grandes oportunidades: cabe destacar evidentemente la experiencia atesorada, el tiempo disponible y la capacidad, como conjunto, de aportar una visión humanista e integradora, más allá de las presiones del mercado o de la inmediatez consumista.
El proceso de reconquista es compatible con el mantenimiento de las tradiciones, pero tenemos que abrir nuestras puertas. Pero no solo para permitir la entrada a las ideas y propuestas. Hay que salir a divulgar, y liderar las opiniones y la información.
Hemos aprendido cómo influyó la revolución tecnológica en ejemplos tan simples como la aparición de enfermedades psíquicas (estrés en cadenas de montaje), traumatológicas (accidentes con maquinaria industrial), o reumatológicas (movimientos infinitamente repetidos).
En este momento hemos y estamos viviendo una etapa dura con las restricciones sociales que ha supuesto la pandemia, que ha derivado también en enfermedades psicológicas (suicidios), incluso neurológicas y que estamos viviendo sin haber advertido de antemano de su aparición.
Pero tenemos uno más importante aún al que tenemos obligadamente que considerar como un campo duro de batalla durante muchos años, como es la inteligencia artificial, que afecta a la mente, a las relaciones sociales, laborales, y que condiciona nuestro comportamiento como seres humanos.
La función crea el órgano, pero los órganos se desarrollan o se pierden como consecuencia del uso o el desuso (Jean-Baptiste Lamark). Si analizamos nuestro entorno, comprobamos que vamos perdiendo memoria de hechos recientes, como números de teléfono, ortografía, cálculos matemáticos, que nos eran absolutamente familiares. El cerebro humano iría perdiendo capacidad y desarrollo. Teóricamente, esto puede verse compensado potenciando las funciones sensoriales o cognitivas mediante implantes cerebrales o dispositivos externos que faciliten la interfaz cerebro-máquina. Estaremos en la era posthumana.
Creo que es momento también de pensar si toda esta capacidad tecnológica se aplicará de forma indiscriminada a la población o servirá, una vez más, para establecer la diferencia entre las clases dominantes y aquellas otras que, por déficit económico o educacional, están condenadas a servir.
Estos son retos para las academias y muy especialmente las de Medicina: anteponerse a lo que sabemos que va a llegar, no solamente en temas cien por cien específicos de la medicina y que afectan al individuo en este momento, sino siendo capaces de orientar a la sociedad sobre los problemas médicos que los avances científicos pueden aportar, como efecto negativo, para la salud física y mental.
Carlos Infantes Alcón es cirujano cardiovascular y presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla
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