Antonio García Barbeito - LA TRIBU

Cañas

Los hombres del campo conocían los vientos y sus intenciones, y dónde meter un cerillo que quemara un trozo de rastrojo o linde

Paraje de Cuesta Maneli tras el incendio en el entorno del Espacio Natural de Doñana EFE

ANTONIO GARCÍA BARBEITO

Estábamos en la huerta del amigo, cogiendo naranjas de sus hermosos árboles; recorríamos la huerta y llegamos a la linde, una gavia cegada por un cañaveral que le encogería el corazón a una alameda. Hablé, con cierto tono irónico: «Que digo yo, amigo, que a lo mejor al cañaveral no le vendría mal una entresaca…» El amigo no dejó botar el balón: «No, no le vendría mal; pero como te vean cortando una caña, te cae la del tigre. Hay un ecologismo tan delicado que te manda a la cárcel por cortar una caña, sí, pero se encoge de hombros si un fuego en ese cañaveral —una colilla, la chispa de un cohete de alguna fiesta— te achicharra los naranjos.»

En la tribu, cuando el hombre andaba por el campo como por su casa, que conocía gavias, arroyos, cañaverales, bosque de ribera, zarzales, lindes con pasto, trigales y rastrojales, eras y almiares, chozas, sombrajos, graneros…, el hombre sabía muy bien cómo tenía que gastárselas para que un incendio no se comiera una cosecha o el pienso de una piara de ovejas o de cabras durante un mes; como la gente del pinar supo aprovechar calveros para los boliches.Los hombres del campo conocían los vientos y sus intenciones, y dónde meter un cerillo que quemara un trozo de rastrojo o de linde para evitar males mayores. En el pinar, el hombre rozaba no ya el monte bajo sino los cortafuegos —acerados, se llaman en la tribu—, las rebabas del monte que se acercaban al camino, todo lo que pudiera ser mañana una tea dispuesta. La gente del pinar ha sabido cuidar el equilibrio del pinar, como lo sabían cuidar los hombres de los cotos y de esa selva llamada Doñana. Pero un ecologismo mal entendido, un ecologismo de escaparate, teórico y a veces a dictado de quienes no saben ni por dónde cae el campo, despreció la sabiduría empírica del hombre de la tierra y así nos va en mucha de sus decisiones, que por no cortar una caña se quema una huerta, o por recolectar setas o segar espárragos te pueden dejar tieso de una multa. Cuando Doñana estaba bien era cuando el hombre mantenía su equilibrio con la caza, la ganadería, el aprovechamiento de los montes y, en fin, la diaria cercanía con el edén. Jamás vimos un fuego en la tribu por quemar rastrojos o montones de varetas, un cañaveral en día de viento echado o una linde, un pastizal o lo que el hombre decidiera. El equilibrio no es el abandono de la naturaleza, es la sabia decisión de dejarle al pájaro la mitad de los huevos de su postura, deshermanar el sembrado o castrar las ramas del melocotonero para tener menos fruto pero de buen tamaño. Pero aquí sufrimos la plaga de tontos de la caña intocable.

antoniogbarbeito@gmail.com

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