LA TRIBU

El cambio

Hoy, cuando se oye un cohete, se huye, para no coincidir con algunas hermandades

Una cruz de mayo ALEJANDRO ESPADERO
Antonio García Barbeito

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Dice Manuel que somos muchos, que algo habrá que hacer aquí, donde ya no cabemos. «Muchos y mal avenidos», añade. Es verdad, cuantos más somos, cuanto más preparados se supone que estamos, peor nos llevamos. «Mi abuela decía que era bueno que las madres tuvieran muchos hijos, porque habría de todo y al final acabarían llevándose muy bien entre ellos.» Lo que no dice María es lo que añadía su abuelo: «…Si no hay nada que repartir, porque como haya que repartir, guerra segura.» Bueno, no siempre. «Siempre, María, siempre; que a la hora de la herencia, nadie conoce a nadie y la sangre se enfría y se pone frente a su propia sangre como si fuera su peor enemigo…» Abuela María no le daba la razón: «Nueve hermanos fuimos nosotros y nos desvivíamos por atendernos…» Y el abuelo, a lo suyo: «Sí, sí… Porque lo único que había para repartir era jambre…»

Lo cierto es que Manuel lleva razón en eso de que somos muchos, más de la cuenta, porque no cabemos. Es verdad. Hagamos memoria, y entre los que estábamos y los pocos adelantos que había, qué felices éramos y qué desahogados vivíamos. A la Cruz de Mayo de nuestra calle no venían más «forasteros» que vecinos de otra calle apartada de allí; ni bullas, ni colas para pedir una gaseosa, ni al marisquero —primor de chaqueta blanca y pantalón negro— se le acababan los camarones y los cangrejos, ni faltaba hueco entre dos chiquillas que bailaban, para cortarlas; ni había ruido por cima de la gaita y el pompón del tamborilero; ni había peleas, ni borracheras, ni ruidos más allá de las doce o la una de la noche. Entonces, cuando los cohetes anunciaban que estaba cerca una hermandad del Rocío, la gente de la carretera salía a la puerta y los demás vecinos se alineaban en las aceras umbrías, y los chiquillos corríamos en dirección a las nubecillas de los cohetes, aquellos hipos del aire alto, y no había bullas, ni hacía falta orden de tráfico, y todo el mundo disfrutaba, desahogado en la calle, del espectáculo del paso de una hermandad. Hoy es imposible: atascos, bullas, tropezones, agentes de la autoridad que tratan de mantener el orden, desvío de tráfico, ruidos espantosos, discusiones, broncas porque no puedo pasar o porque aquel se ha colado… ¿Dónde las coplas sencillas, espontáneas, cantadas a caballo y oídas por todos? Hoy, cuando se oye un cohete, se huye, para no coincidir con algunas hermandades. Huimos, buscamos atajos, evitamos salidas… Si pedimos información es, casi siempre, para no coincidir con la fiesta. Las ferias locales, más o menos; y así, cualquier manifestación callejera. Un horror. Somos muchos, Manuel. Y mal avenidos.

antoniogbarbeito@gmail.com

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