La burbuja hotelera

Cómo será la cosa, que van a hacer un hotel en un hotel, esto sí que es grande. Sí, van a hacer un hotel moderno en lo que fue el Ducal de la Plaza de la Encarnación, cuando no estaban las Setas sino el mercado y hasta donde acompañé una noche, tras hacerle una entrevista para ABC, al filólogo y maestro de dialectólogos don Manuel Alvar, el autor del «Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía». El hotel Ducal estaba cerrado hace muchos años y en vez de poner allí un Starbucks o una tienda de Bimba y Lola, o una heladería, o una clínica dental, o un centro de belleza, o sea, lo que se lleva, van a abrir algo que está mucho más de moda: un hotel.

Y en lo que fue el Cine Florida, donde de niños fuimos a ver tantas películas de Cantinflas, en las que estaba especializado, también van a poner otro hotel. La noticia en Sevilla ahora no es dónde van a poner un hotel, sino dónde no van a ponerlo. Hay ya calles que tienen aceras enteras llenas de hoteles. Por ejemplo, la de la izquierda de la calle Castelar, entrando desde la Plaza de Molviedro. Menos la Delegación de Cultura de la Junta y pare usted de contar, casi todo allí es un hotel. Hoteles «butic» como se llevan ahora, que yo no sé qué será eso en la ciudad donde hubo un tiempo en que la moda era poner una «butic», no un hotel. Una «butic» que abrían las señoras aburridas o las niñas bien, y de las que me decía el recordado bolsillero Angelito Casal, el presidente de Amigos de la Ópera, que deberían abrir una que se llama «De todo para nada».

Menos mal que el Cine Cervantes, el único que queda de pantalla grande y patio de butacas clásico, ha sido protegido por una declaración monumental. Estaba viendo que también allí iban a poner un hotel de cinco estrellas. ¿Por qué todos los hoteles que proyectan son de cinco estrellas? Hasta ahora, un cinco estrellas era para el sevillano el lujerío y el ambiente señorial del Hotel Alfonso XIII, pero ahora todos los hoteles Estilo Ikea o Estilo NH (que viene a ser lo mismo), son de cinco estrellas. De tanto poner cinco estrellas, se están devaluando las estrellas. En materia de hoteles, ya en Sevilla hay más estrellas que en Hollywood y Beverly Hills juntos, o que en la ceremonia de entrega de los Oscar.

Lo que no me cuadra es que cuantos más hoteles de cinco estrellas proyectan y abren, más chuchiperris son las hordas turísticas que nos invaden. Desde luego que más valen hoteles de cinco estrellas que pisos turísticos para los tíos de las chancletas, como me dice un profesional de hostelería. Sevilla se está convirtiendo en lo que los indolentes sevillanos hemos dejado que se convierta: en el paraíso de los turistas fulastrones de la camiseta de tirantas, los pantalones cortos y la mochila con la botella de agua mineral asomando por su costado. ¿Es este el turismo de cinco estrellas que atraen esos hoteles, o qué es esto, Dios mío de mi alma, ese olor a sobaquina por las estrechas calles del degradadísimo Barrio de Santa Cruz, Parque Temático lamentable donde ya apenas viven sevillanos? Andando desde la Plaza de la Alianza a Santa María la Blanca, el Domingo del Rocío me crucé con sólo dos señoras de aquí de Sevilla. Pues, nada: a esto es lo que estamos predestinados. El día menos pensado, quitan la Capitanía General y la Delegación del Gobierno y hacen un hotel de cinco estrellas en la Plaza España. Al que le pondrán de nombre, claro, «Las Casas de Aníbal González». Hasta que estalle la burbuja hotelera, de tanto cinco estrellas y tanto turismo barato.