Javier Rubio - CARDO MÁXIMO

La brecha

Alguna vez tendremos que mirarnos en el espejo y confesarnos que lo estamos haciendo rematadamente mal

JAVIER RUBIO

Repasando en la redacción la biografía del doctor Santos, maestro de varias generaciones en la cardiología pediátrica recientemente fallecido a los 68 años, para componer su obituario, un compañero reparó en que había nacido en 1948 en Paymogo: la combinación de la fecha y el lugar de nacimiento en la Andalucía rural empobrecida tras la Guerra Civil hacían altamente improbable —por decirlo de un modo elegante— que aquel recién nacido prácticamente junto a la Raya en la provincia más esquinada de España llegara a ser maestro de toda una generación en el Hospital Virgen del Rocío. El ascensor social todavía tenía entonces al mérito como motor del reconocimiento del talento allí donde se encontrara, aunque fuera en un pequeño pueblo de Huelva en los años del hambre. Después, cuando nadábamos en la abundancia, entre todos decidimos que, para facilitar la tarea a los que venían de más lejos o más atrás, había que rebajar los listones y el ascensor chirrió, dio unos cuantos botecitos y finalmente se paró. Al cabo del tiempo, causa sonrojo ajeno que la Junta esgrima los niveles de alfabetismo durante la posguerra para justificar los malos resultados en el PISA.

Ese documento dibuja para España una enorme brecha educativa entre Castilla y León, Madrid, La Rioja y Navarra por un lado y Andalucía, Extremadura y Canarias, por el otro. Es como si el aprendizaje en España transcurriera a dos velocidades y a nosotros los andaluces, vaya por Dios, nos tocara siempre viajar en el furgón de cola. Algo bueno tienen esas enormes diferencias de hasta curso y medio que se abren entre las dos Españas educativas como es que reducen a fosfatina el discurso lastimero de las autoridades educativas andaluzas contra la Lomce, contra la herencia recibida del franquismo o contra el recorte presupuestario a que obliga el malo de turno, que siempre resulta ser un Ejecutivo central formado por ministros del PP.

Con la sucesión de fotografías fijas del informe PISA, queda claro que llegados a un nivel de inversión presupuestaria mínimo, las diferencias en los resultados no se explican por el gasto educativo ni por la extracción sociocultural —en parte sí, pero no del todo— de los padres de alumnos. Alguna vez tendremos que mirarnos en el espejo y confesarnos que lo estamos —nosotros, la sociedad en su conjunto y no las autoridades ni los colegios— haciendo rematadamente mal Hay algo más que se nos está escapando. Y tiene mucho que ver —o eso intuimos— con los valores que inspiran el sistema educativo en su conjunto: la importancia que las familias conceden a la formación, el respeto debido a los profesionales de la enseñanza y un clima en casa que favorece la cultura del esfuerzo y la búsqueda de la excelencia en todo lo que los niños se proponen.

Justo lo mismo que llevaba a un niño nacido en el Paymogo de después de la Guerra a abrirse paso como médico y llegar a ser reconocido como una eminencia.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación