La bohemia
La muerte de Aznavour nos alerta sobre el peligro que viene: queremos dormir deprisa
A la voz hambrienta de aquel armenio menudo, garganta en blanco y negro de tantas nostalgias, nunca le faltó el hielo mortífero de las noches parisinas. Y tal vez por eso su eco fue una paradisíaca morgue. La belleza no siempre está en el lado del bien. Cantar con la saturación de Degas y la sordidez de un prostíbulo desconchado, sin prisa por acabar ninguna pincelada y ninguna caricia, no era algo que se hubiera quedado aprehendido en las comisuras de sus labios, sino que emergía como el crúor en las llagas, desde algún lugar inhóspito de sus adentros, para coagularse en el aire. La forma de expresarse de Charles Aznavour no tenía una explicación musical porque la razón de su gravedad sonora está perdida en las entrañas de la tierra, comida por gusanos prehistóricos y reducida a huesos que ni siquiera fueron roídos por los chuchos que merodean los conservatorios. Esta forma de cantar no se enseña ni se hereda. No tiene un origen genético ni cultural. Así sólo se canta cuando la voz huye del cuerpo, cuando conspira contra sí misma en el paladar con la obsesión de eterizarse. Así se canta, en definitiva, cuando cantar aplaca el hambre.
Eso es exactamente la bohemia. No se trata de llevar una vida de crápula o de buscar la libertad por la vía del maltrato íntimo. Ni siquiera consiste en decir que no cuando más falta te hace decir que sí. La bohemia es una condición natural que nace del conflicto entre lo que quieres ser y lo que tú mismo no te dejas ser. No se basa en renunciar al bienestar, todo lo contrario. La bohemia es renunciarte por una causa mayor. Elegirte a ti como víctima para apaciguar tus desafueros internos. Por eso Aznavour fue un bohemio. Tuvo fama, dinero, reconocimiento, poder y vigencia durante casi un siglo. Pero cantaba con fuego en las papilas. Cantaba para desnudarse. No para vivir bien en un palacio a las afueras. Para sobrevivir al raso por dentro.
Ahora que todo va tan deprisa, cuando el más elogiado es el que sabe hacer un puchero en un microondas, la muerte de este demiurgo de la música es una señal de alerta del peligro que nos espera. Hoy todos queremos dormir rápido. Soñar en el menor tiempo posible. Escuchar las canciones eternas apresuradamente. Queremos leer libros mientras hacemos la compra por internet, besar mientras nos cepillamos los dientes, dialogar mientras nos vestimos... No sabemos detenernos para estar en algún lugar, por lo que menos aún podemos aspirar a pararnos para ser, para buscarnos en las estrechas melodías de «Montmartre en ce temps-là». Para la bohemia.
Al rockero Silvio, noctámbulo enemigo de sí mismo, le preguntaron: «De todas las cosas que se cuentan de usted, ¿cuántas son mentira?». Él hizo sonar el hielo sobre el cristal de su copa como una esquila, dio una calada terminal a su cigarro y, tras un interminable y solemne silencio, respondió: «Muy pocas». De Aznavour, la voz giróvaga que nunca amanecía, tampoco se ha dicho nada falso, salvo que fue un cantante.