CARDO MÁXIMO
Bien pagados
No hay noticias de que nadie se haya conformado nunca de buen parecer con lo que gana
Al director del hospital Virgen Macarena, Antonio Castro, le pitan los oídos desde el domingo, cuando se publicó una entrevista en este periódico en la que daba por bien pagados a los médicos del SAS. Y lo razonaba, en la respuesta a la compañera María Jesús Pereira, comparando los ingresos con el coste de la vida, arma de doble filo con la que el doctor Castro ha acabado dándose un tajo él mismo cuando sus colegas de profesión -que no de especialidad- le han saltado a la yugular.
No hace falta apelar a la diferencia salarial entre un especialista puntero con muchos trienios de ejercicio (y de estudio) y un tuercebotas que chupa banquillo en cualquier equipo de Segunda División. La cuestión de las retribuciones se presta como pocas a la demagogia. No hay profesional que se considere bien pagado, no importa el campo en que se ejerza ni la paridad de poder de compra que se examine. La apreciación subjetiva de cualquiera de nosotros es que damos mucho más (en términos vitales, de tiempo y de energías) de lo que percibimos (en términos pecuniarios) porque la ecuación que relaciona esfuerzo laboral con remuneración está teñida de subjetivismo. Mi abuela materna lo resumía con una frase de esas que se recuerdan en la familia de generación en generación: «Fíjate si es malo trabajar, que pagan por hacerlo».
Lo que pasa es que a unos les pagan más que a otros. Y eso es fuente de problemas. Aquí y en Pekín. La máxima comunista de dar a cada uno según su necesidad es una utopía a la que la dictadura del proletariado ni siquiera pudo acercarse. Como no fuera en el experimento social de las reducciones jesuíticas del Paraguay o en algún falansterio decimonónico, no hay noticias de que nadie se haya conformado nunca de buen parecer con lo que gana.
Uno no sabe decir cuánto debería ganar un médico para considerar que está bien pagado. Tampoco vale salirse por la tangente del agradecimiento espontáneo que brota de los labios del paciente cuando ve su salud restablecida: «Doctor, lo que usted ha hecho no está pagado». Pero lo que está fuera de duda es que los médicos tienen diferido su ingreso real en el mercado laboral mucho más tiempo que otros profesionales porque su formación es mucho más larga, tienen que cubrir horarios por turnos cuando los demás descansamos tan ricamente y la responsabilidad que contraen con la vida de los enfermos es mucho mayor que en otros oficios. Y a la vista de estos tres parámetros, no hay duda de que nuestros médicos están objetivamente mal pagados. En el sistema público de salud y, ojo, también fuera.
El SAS se ha empeñado, desde su constitución, en aminorar el poder fáctico de los médicos en los hospitales. Ese ha sido su norte durante tres décadas: cobrar menos y mandar menos. A fe que lo han conseguido.