CARDO MÁXIMO

Beso de buganvilla

La primavera se ha demorado tanto que a la tapia de San Telmo no se han asomado todavía las flores restallantes

La buganvilla es un símbolo de la primavera sevillana RAÚL DOBLADO
Javier Rubio

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Una dalia cuidaba Sevilla en el parque de los Montpensier, pero de la Reina Mercedes del romance hace mucho que nadie se acuerda para nada, el parque se lleva más tiempo cerrado que abierto por temor a que se caigan los árboles y las flores, incluidas las dalias, se han retrasado este año con un invierno tan crudo como pluvioso. El árbol de Judas, al que también —no se sabe por qué— llaman del amor, floreció hace menos de quince días con su miriada de florecitas moradas y el azahar rompió tan a destiempo como los vendavales que se lo han llevado para alfombrar el suelo de la ciudad. Y de los paraísos no ha llegado a nuestras manos ese maná blanquísimo que se posa apelotonado en sus ramas. Por una vez, la primavera se ha demorado.

Tanto que a la tapia del palacio de San Telmo, el mascarón de proa de los Montpensier que la Iglesia permutó a la Junta de Andalucía como sede presidencial, no se han asomado todavía las flores de la buganvilla que tupe las verjas que dan al paseo de las Delicias. Desconozco si a alguien más le causará zozobra que Sevilla, tan vanidosa y presumida como perezosa, no haya llegado puntual a su cita con todos los perifollos y afeites, como esas damas poco diligentes a las que les sorprende la hora del convite aún en déshabillé, descuidadamente abierto para mostrar licenciosamente los encantos a la vista del espectador impaciente que acude antes de tiempo. Eso es lo que les ha pasado a los millares de turistas que estos días cruzan por allí. Ellos lo ignoran, pero han llegado demasiado pronto, como quien se cuela en el camerino de una prima donna.

Porque esa lustrosa buganvilla de la tapia de San Telmo son los labios de la ciudad, la bemba colorá que se asoma fúlgida por entre los barrotes. Cada flor, de un rojo intenso como sólo pueden exhibir los labios de las veinteañeras, es un beso restallante, una caricia carnosa y sensual para los que por allí pasan. ¡Y hay tantos besos que repartir! Esa tapia de San Telmo es el mejor recibimiento que Sevilla puede ofrendar a quienes la visitan: olvídense de los cuadros de Murillo, pierdan de vista las yeserías del Alcázar, dejen de visitar la Caridad y las basílicas… aquí, en esa buganvilla esplendorosa está la mejor Sevilla. La ciudad cálida y acogedora, vistosa, imponente, orgullosa, segura de sí misma, insobornable y desafiante como el color bermellón, morado y naranja que asoma por entre las rejas del palacio un día ducal y hoy presidencial.

Lástima que se haya demorado tanto en salir que no la van a poder contemplar durante la Feria. Quién fuera viento para poder besar todas las corolas de esa buganvilla retraída y poder llevarse la caricia de una ciudad en flor que no cumple siglos sino abriles.

Beso de buganvilla

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