LA TRIBU
Aulas
Las aulas no pueden ser un infierno o un iglú, mientras miles de cargos públicos tienen aire acondicionado hasta en los bolsillos
La primera vez que oíste la palabra pensaste que le faltaba una jota inicial, porque la escuela tenía, y tiene, mucho de lugar donde pasabais muchas horas enjaulados los niños, pajarillos al fin esperando que día a día fueran creciéndoles las plumas del ir sabiendo hasta cubrir, más o menos, su desnuda ignorancia. Ya no recuerdas si la primera vez la oíste o la viste escrita encima de la puerta de la clase, Aula 1, Aula 2. Si lo pronunciabas en singular, sonaba a aula, pero si usabas el plural, salía la jota: «lajaulas», porque la ese del artículo se perdía en tu voz y en su lugar colocabas la jota, como te pasaba cuando decías «lojapunte». Pero lo tuyo, desde el primer día de aprendizaje hasta varios años más tarde, fue simple y llanamente la escuela, un único espacio para niños de todas las edades. Qué merito tenía el maestro, con tener que bregar con niños de cuatro años y adolescentes de doce o trece.
Piensas en aquella escuela y sabes que hoy no cabría en ningún sitio: el maestro, a primera hora de la mañana, mandaba a dos chavales a calentar agua del pozo en una caldera, en un fogón que vaya usted a saber si encendían con machos de mazorcas o con tablas y palos viejos, para diluir la leche en polvo. Y a la misma hora, el maestro, solo o con la ayuda de un chiquillo, encendía la copa de cisco. El maestro disfrutaba de una mesa rectangular con falda de camilla y brasero. «¡Quién fuera el maestro!», pensabas las mañanas que el frío se colaba por las rendijas de las ventanas o anidaba en aquella sala baja y umbría. Quizá fuera menos dura la primavera alta, por bien orientada al sureste. Los chiquillos, para calentarse las manos, os estirabais las mangas del chaleco hasta cogerlas en la palma de la mano a guisa de improvisados mitones, y os encogíais como cochinillas de la humedad. Recuerdas, en la escuela y en las aulas del colegio nuevo, frío duro y duro calor. El maestro -todos los maestros- tenía un radiador en la escuela nueva y quizá un ventilador. Los niños, nada. Y jamás hubo quejas de los padres por el frío o el calor. Todo el mundo daba por bueno que si alguien tenía que tener algún privilegio, era el maestro. Ahora, todos los años hay protestas porque los escolares pasan calor y frío, según la época, y los padres y los alumnos protestan. Y con razón. La letra no tiene por qué entrar con sangre ni con frío o calor. No debemos permitir que los niños pasen calor o frío en las aulas. Que protesten, sí. Las aulas no pueden ser un infierno o un iglú, mientras miles de cargos públicos tienen aire acondicionado hasta en los bolsillos. ¡Valiente vergüenza!
antoniogbarbeito@gmail.com