Tribuna Abierta
Atrévete
¿No te das cuenta de que todos los modelos de rebeldía son millonarios? ¿Han cambiado para bien el statu quo o solo se han llenado sus bolsillos?

Sé lo que te gusta. Lo que quieres oír. Lo sé, porque es el mensaje que te ha acompañado desde que eras pequeño. Lo que has visto en las series de televisión. En los anuncios de las grandes marcas. Es lo que te han contado los famosos, las estrellas del cine y de la música, y últimamente esos nuevos rockeros que son los emprendedores de éxito. Es el discurso omnipresente en los vídeos que se hacen virales, la moraleja que trasciende de las stories que te llegan a diario, el relato al que se han rendido ya incluso tus propios profesores, sobre todo los más guays.
Yo no me rindo. Confieso que también he sido tentado, que he llegado a flirtear con el mensaje, pero ahora no esperes escucharlo de mi boca, ni que te lo celebre si lo haces tuyo. Es más, te prometo beligerancia. Voy a intentar convencerte de lo contrario, y sobre todo voy a razonarte lo que pienso, y voy a explicarte por qué a ti, que tienes veinte años, te recomiendo que no te entregues acríticamente al sueño romántico de la rebeldía, a la sublimación de la herejía como destino vital, al propósito idealizado de saltarse las reglas como afirmación de la personalidad, a la poética mitificada de vivir la vida como una protesta.
Te lo diré de forma que no te quede duda. No creo en la herejía, no al menos en la que es un fin en sí misma. No le doy ningún valor a la subversión, salvo que sea un medio para algo. Y no concedo ningún mérito a la desobediencia, porque en las sociedades democráticas y avanzadas las reglas son el producto de la inteligencia colectiva y la autoridad se fundamenta en la acumulación de méritos. Perdona que te hable con esa crudeza, pero, a pesar de lo que te han contado, desobedecer no te hace cool, sino un necio y puede que un niñato. Provocar no te hace inteligente, sino maleducado. Y regirte solo por tus propias reglas no te hace libre, sino profundamente antisocial (lindando con fascista).
En el país en que vives, las normas nos las damos entre todos, y respetarlas no es signo de estupidez, sino de reconocimiento de que la razón social se eleva por encima de la individual. Democracia no es (solo) ir a votar, es creer en la deliberación pública como el mejor medio de fijar las reglas. ¿Se te ocurren otras mejores o simplemente tu plan consiste en desobedecer? Si tienes ideas alternativas, ¿qué te hace pensar que son superiores a las surgidas del debate colectivo? ¿Es tu inteligencia o tu soberbia la que te lleva al desprecio de lo establecido? ¿Acaso el sistema no te da la oportunidad de cambiar las normas? ¿Es moderno y avanzado que todos vivamos según nuestro propio código de conducta o es de un primitivismo vergonzante?
Por eso, antes de darle un me gusta al próximo video convocándote a la subversión, te pido que lo analices bien, y te ruego también que medites si hay algún atisbo de auténtica insurrección en ese tipo de herejía a la que te están emplazando, o más bien lo que hay es pura confusión, una estrategia de manipulación social para que los jóvenes se crean revolucionarios por el mero hecho de llenarse el brazo de tatuajes. Créeme, por mí, puedes colocarte todos los piercings que se te antojen, y puedes vestirte como te plazca, pero esa suerte de contestación icónica no es nada si no hay nada detrás. Y casi nunca hay nada. Las marcas no quieren que cambies el mundo. Solo quieres que consumas, que compres sus productos sintiéndote bien.
No me hagas reír, ¿de verdad te has tragado que desobedecer te hace más progresista? Pues es mentira. Instalarte en la herejía de sublimar tu egoísmo, de perseguir solo tus sueños, de vivir según tus propias reglas, te hace profundamente individualista. Es tan difícil descubrir un rastro de socialismo en ese storytelling como encontrar a un fracasado en esos videos que compartes. Es increíble, de hecho, cómo se le ha dado la vuelta a esa tortilla. Que la exaltación de las pasiones individuales frente al interés común pase como un discurso de izquierdas no es sino la más elocuente confirmación de la burda mentira que te están vendiendo. ¿No te das cuenta que todos los modelos de rebeldía son millonarios? ¿De veras crees que son contestatarios porque no llevan corbata? ¿Han cambiado para bien el statu quo o solo se han llenado sus bolsillos? Vale, tú eres diferente, más generoso: te creo. Pero antes de dinamitarlo todo, asegúrate de que tienes ideas alternativas, y sobre todo somételas a discusión pública, porque esa es la verdadera libertad de la democracia: la seguridad de que nadie puede imponernos sus propias normas sin el consenso de la mayoría.
Sé que voy a resultarte antipático por ello, y que navego contra el viento de la opinión dominante, a pesar de que paradójicamente yo para ti sea la ortodoxia. Pero no, no te voy a decir lo que quieres oír. No voy a secundar esa falsa herejía del postureo que te están vendiendo. Me importa un pepino ser trendy. Tener flow o no tenerlo. Voy a decirte lo que pienso. Tienes veinte años. Es la edad para ser humilde, para ser obediente, para seguir aprendiendo. Tus padres saben más que tú. Tus profesores también. El primer jefe que tengas sabrá más que tú. La autoridad tiene la autoridad porque se la ha ganado. La inteligencia colectiva es más perspicaz que la tuya. La provocación no vale nada cuando solo persigue molestar. Tus sueños pueden ser maravillosos, pero no están por encima de los sueños de los demás. Sigue tu camino, estoy de acuerdo, mas cerciórate de que es realmente el tuyo. Y de que no atropellas a nadie. Piensa (con la razón y no con la emoción). Cada vez que un video te persuada conmoviéndote, ponlo inmediatamente en duda. Déjalo reposar y revisítalo con espíritu crítico. Porque hoy en día no hay mayor dogma que la apelación a la subversión. Ni mayor convencionalismo que la herejía.
Atrévete, claro que sí. Sobre todo a no dejarte llevar por la falacia de la irreverencia.