LA TRIBU
Aquella tarde
Miro el día de hoy y comparo, y creo —por el poco arreglo que le veo— que estamos peor que en 1981
El titular parecía sacado de la canción «Échale guindas al pavo»: «Entró un siví con bigote…» Porque fue eso, un guardia civil con bigotes, Tejero de apellido y pistola en mano, en la boca un «¡Quieto todo el mundo!» y, al poco, disparos al techo, en ráfaga, de varias metralletas… «Ojú, qué mieo chavó…» Y el pavo esperando allí a la autoridad y nadie le echaba guindas al pavo, todo el mundo tirado en el suelo, salvo algunos que permanecieron sentados y dos que le plantaron cara: Gutiérrez Mellado y Suárez. España, que caminaba de puntillas por la democracia, veía cómo le cerraban el camino. España amaneció con hechuras de nueva demócrata y a media tarde sintió que la habían vuelto a la guerra, con tanques en la calle y voz en los cuarteles. Y algo que España no sabía: reuniones que todavía tienen flecos pendientes de aclarar al país, y que se quedarán en el olvido, conveniente o no. Pero, aquel día, España aprendió pronto la lección y dijo hasta aquí hemos llegado; se quitó costras y resabios y decidió ser demócrata de pleno derecho, supo unir fuerzas de allí, de aquí, de más allá, para defenderse. Y lo consiguió. Unos volvieron a sus escaños y otros fueron a la cárcel. El país puso las cosas en su sitio.
Hoy es 23 de febrero, de otro febrero y de otra España. No hay esta vez «siví con bigote» que venga a meter miedo, hay civiles —que no guardias civiles, que éstos hoy defienden la democracia— que, con la tripa estirada y el bolsillo lleno gracias a las concesiones de la España demócrata y mucho más a la de la dictadura, llegan y nos dicen un «¡Quieto todo el mundo!», que quiero hacer lo que me sale de los caprichos, y tratan de cuartearla, romperla, no pistola en mano, como entonces, sino con actitudes chulescas, esperpénticas, vergonzosas, ridículas, pero muy seguras y muy aseguradas, y nadie se levanta para decirles que aquí se acabó el cachondeo y vamos a poner las cosas en su sitio, y si se levantan, como se han levantado para encerrar a algunos, salen voces de entre los llamados demócratas más a favor de la independencia que de una España unida, a favor del delito y contra las medidas de justicia. Otros toman la salida «suizida» de Bruselas para mantener viva su libertad, la lejanía de España y la cercanía contable de sus retribuciones, y otros aquí cavan la tierra fácil, a ver por dónde le menean los pies al país. Y, para colmo, la chuminá de «la normalización lingüística», esa cómoda manera de llevárselo calentito a costa de organizar guerras linguales. Miro el día de hoy y comparo, y creo —por el poco arreglo que le veo— que estamos peor que en 1981.