La tribu
La tentación
En la ciudad, en tiempos de la luz, el cielo nunca es negro, nunca es de tenebrosa oscuridad: es una matización que desemboca en azules tan bellísimos como altos

La mueve una viejísima, secular, dependencia de la luz. Ciudad fototrópica, ciudad nacida para posar, para disfrutar de su belleza, de su hermosura, de su misterio, de su alegría. Las circunstancias la tienen ahí, sujeta, obligada por la pandemia a llevar barbijo como un tapaboca ... a mano vuelta, doloroso, amén de incómodo. Las circunstancias la tienen ahí, amarrada con cordeles de esclava, como una copla apasionada que quisiera romper las puertas del aire y escaparse a buscar su deseo. Amarrada con órdenes, amarrada con sogas de horario, con grilletes perimetrales, con murallas de toque de queda. Ahí está, que es ella y no es ella. Ahí está, hija primogénita de la frase popular «si no lo digo, reviento». En este caso, si no lo hace, revienta. Y está a punto de reventar.
Es una tentación. La ciudad puede ser obediente si en la calle se imponen latigazos de lluvia y de viento, toques de queda marcados por los tambores de la tormenta, perimetraje de niebla o de frío. Pero cuando la ciudad ve que a su puerta llama la luz, cuando ve que la luz la requiere, que trata de sonsacarla, que quiere raptarla para envolverla en ella, la ciudad experimenta en su ánimo —en su alma— y en su cuerpo la mayor tentación que experimentar puede. A la ciudad la pierde la luz, porque en la luz, y sólo en la luz, es capaz de ser ella, de manifestarse en plenitud. Y cuando decimos la luz, no decimos solamente las horas de sol, las horas de claridad, que la ciudad sabe hacer de las noches del tiempo de la luz otra variante luminosa, otra luz. En la ciudad, en tiempos de la luz, el cielo nunca es negro, nunca es de tenebrosa oscuridad: es una matización que desemboca en azules tan bellísimos como altos. Es una tentación, esta hora. Cuatro chaparrones no la asustan, porque la ciudad sabe que ese chaparrón es un espontáneo en el ruedo donde la luz cumple su turno de lidia. Y cuando la luz diga aquí estoy, cuando la luz, como una invasión repentina pueble, conquistadora, todos los rincones de la ciudad, a la ciudad habrá que amarrarla para que se quede en casa. La ciudad lo tiene todo preparado, todo perfecto para interpretarse en el magnífico escenario de la primavera, y suspenderle ahora la función sería, que lo será, la decepción que más se parece a la pena, a la tragedia. Hay que entenderla así, porque así es la ciudad. Una tentación, la misma tentación de siempre, a la que es incapaz de resistirse. No tiene fuerzas la ciudad para negarse. Sabe que, aunque se enterrara, no podría evitar esa tentación. Y la luz, que lo sabe, no deja de asomarse a su calle, de llamar a su puerta, de aletear ante sus ventanales. La vieja tentación.
antoniogbarbeito@gmail.com
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