LA TRIBU
El roce
Ahora, levantada ya la veda, qué alegría da volver al roce… con algunas personas

Más de año y medio lleva sonándonos en la boca aquella frase de Jesús recién resucitado cuando se encontró con María Magdalena y ésta, al reconocerlo, se abrazó a sus pies: «Noli me tangere»; o sea, más o menos, «Deja de tocarme». Así, nosotros. En ... cuanto nos dijeron que había que ponerse mascarilla, guardar distancia y evitar roces, nos olvidamos de apretones de manos, de abrazos con esa novísima fricción dorsal de las manos, de besos, de achuchones y de parecidas manifestaciones de alegría, y pasamos a una especie de distante «hasta luego, Lucas», codazo en plan poner a alguien en sobre aviso de algo, puños fuera como un Mazinger Z social y, en fin, todo menos el roce habitual.
Algunos amigos me han dicho que eso de no saludarse con roce lo agradecieron, sobre todo, en la misa, al dar la paz, porque no les gusta ese gesto, ni abrazo, ni apretón de manos, ni siquiera un leve movimiento de cabeza. Les resulta ridículo, como en otro tiempo les resultaba aquel golpearse la tetilla izquierda con la mano derecha al decir «por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa» en el ‘Yo, pecador’, como un aliviado silicio pectoral. A pesar de todo, aquella distancia, de golpe, en los saludos habituales, por muy celebrada que fuera —que lo era— en muchas ocasiones de besos innecesarios y abrazos más falsos que monedas de cuatro euros, causó heridas afectivas en la familia. No podías abrazar ni besar a tus hijos, si no convivían contigo; ni a tus padres, ni a tus hermanos, ni a la gente querida que, fuera de la sangre, tanto significa para nosotros. De pronto, el «Noli me tangere», el «Deja de tocarme». Ahora, levantada ya la veda, qué alegría da volver al roce… con algunas personas. Amigos, familiares queridos, gente cercana, compartirán con nosotros la alegría de algo que nos ha costado no pocos años, la sensualidad, el sentir al otro, el no rehuirnos como si fuésemos cables eléctricos. Y, al mismo tiempo, también tendremos una oportunidad de oro con aquellas personas a las que no queramos saludar tan efusivamente como la inercia social facilitaba; con esas personas que no son ni de la familia querida ni amistades celebradas, podremos emplear la, digamos, vieja prudencia del saludo en tiempos de pandemia…, por si acaso. Y así, cuando nos los encontremos, puños fuera, como Mazinger Z, suave y ridículo codazo, mano al pecho o autoabrazo, esa gestualidad que nos vendrá muy bien a todos en determinadas ocasiones. Vuelve el beso, vuelve el abrazo, vuelve el apretón de manos. Pero puede quedarnos —inercia retroactiva— la solución del «malegro verte bueno» sin roce o el «hasta luego, Lucas». Todos, en algún momento, agradeceremos un «Noli me tangere» a tiempo.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete