LA TRIBU
Pueblo
El pueblo necesita ajustarse a las manos de sus celebraciones

A los pueblos les vienen grandes las ciudades, porque no les caben en las manos del asombro, se salen de su capacidad de asumir las cosas la luz y las esquinas. Y por más que hayan aprendido a caminar por ellas, a dominar sus tradiciones, ... sus acontecimientos más universales, siempre se les derrama algo —mucho— de ellas. El pueblo se siente él cuando las cosas son de su medida, porque para eso las ha hecho así, para su gozo.
El pueblo que en las vísperas del Corpus se va a las veras del río a segar juncia y a los pinares a segar romero; el pueblo que abre, con un vuelo de alcanfor, los roperos de las viejas cómodas donde duermen perfectamente dobladas las colchas; el pueblo que saca a las delanteras de las casas una guardia de las mejores plantas —efímero altar— para ofrecérselo al Dios visible de esa Mañana; ese pueblo que domina calles, esquinas, balcones, no sabría cómo abarcar la Mañana, la misma Mañana, en una capital. El pueblo necesita ajustarse a las manos de sus celebraciones las celebraciones íntimas, las que se organizaron para disfrute de doscientas, quinientas, mil personas. Es el mismo pueblo que el Domingo de Ramos ya tiene en su casa ramos de olivos para recibir a Jesús en su entrada a la Jerusalén de las íntimas calles por donde va su vida, por donde empezó a vivir los populares evangelios del ambiente rural. Y es otra la Mañana del Corpus. Y es otra la mañana del Domingo de Ramos. Como son otros los circos que acampan en los pueblos pequeños, y otra la expectación del público. Como es otra la tarde si el pueblo organiza un festejo taurino. Qué español es el ambiente. Todos los elementos de una tarde de toros, allí. Allí, la presumida y el estirado, el que se cree ganadero por la ropa que se ha puesto y la que, también por la ropa, se cree la novia de Reverte, o Lupe Sino. Allí, el viejo aficionado que saca entrada, se va con tiempo a su localidad y, callado, sin perder detalles, no habla más que con sus pensamientos. Allí el pueblo sencillo que sabe que tiene que estar con su torero. Allí, en un palco, la autoridad, un militar, un entendido, un auxiliar. Allí, sonando mejor que en todas las plazas del mundo, la banda de música. Y las muchachas que se visten de seducción, y los chavales que se ponen pantalones vaqueros, calzan botas de cuero y se ajustan camisa y chaqueta para vestir un no cumplido sueño de novillero. El pueblo. El pueblo allí, con un señor que rifa algo por los tendidos como rifaban lotes en los viejos circos. España cañí, sí. La España de cerrado y sacristía, sí. Banderas de España y de Andalucía, pancartas de ánimos… Y tres toreros que redondean la estampa más genuinamente española. España sin fisuras. No sé en qué tendido estaría Berlanga…
garciabarbeitoantonio@gmail.com
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