Promesas
Juramos que se acabaron las discusiones tontas, que lo importante es la unión... Ya veremos, ya veremos

Siempre que pasamos por un mal trago, hacemos promesas. Siempre que vemos cómo nuestra salud peligra, prometemos que si salimos de esa haremos tal o cual cosa, o dejaremos de hacerlas, si nos perjudicaban. He conocido amigos que sufrieron un infarto por culpa del tabaco ... y juraban que si se reponían, jamás volverían a ponerse un pitillo entre los labios. Y adiós juramento. Personas que han sufrido grandes golpes en la salud y, en el momento del dolor o del miedo, decían a boca llena que nunca más cometerían los errores que las habían llevado al peligro. Pero pasó el peligro y volvieron a lo de siempre. Somos muchos los que hemos sufrido amagos gordos y no hemos sido obedientes con las normas de vida que pudieran evitarlos.
Llevamos once o doce días confinados, rodeados de prohibiciones y también rodeados por el coronavirus, que anda por ahí, nadie sabe dónde, esperando meterse de okupa en un organismo humano. Nos rodean las prohibiciones, el virus y el miedo, por más que siempre haya alguien a quien le importa más el dinero que la salud —propia y, sobre todo, ajena— y se salta las normas a la torera para ganarle veinte euros a su negocio, tan canallamente, tan criminalmente, y son capaces de contagiar a una población con tal de echar unos euros al cajón. Monstruos, hijos de su mala baba que tendrían que pagar multas millonarias. Prohibiciones, virus y miedo, y nos nacen las promesas: «En cuanto esto pase, me voy a reunir todas las semanas con mi familia, con mis amigos, con mis vecinos. Todos los meses celebraremos el día del encuentro, y nos reuniremos para tomar unas copas y comer, y abrazarnos y decirnos lo que nos necesitamos.» Promesas. Y más. Ahora prometemos que saldremos al campo todos los días, a andar, aunque jamás lo hayamos hecho. Juramos que se acabaron las discusiones y las peleas tontas, que lo importante es la unión, el perdón, la cercanía con todo el mundo… Ya veremos, ya veremos. A ver si todo no seguirá como estaba, cuando acabe —¿hasta cuándo, Señor, estará el virus buscándonos, contagiándonos, amenazándonos, matándonos?— esta pesadilla, cuando volvamos a la calle, a los sitios de siempre, y podamos, en fin, contarlo, si conseguimos contarlo, con la gente de todos los días. ¿Cambiaremos? ¿Seremos distintos? El coronavirus, si lo superamos, ¿nos hará mejores, más solidarios, más austeros, más sencillos, más cariñosos, más gozadores del vivir que ambiciosos? ¿Cambiaremos el mundo? ¿Lo trataremos mejor? Ojalá, pero hemos gritado muchos juramentos y promesas en las horas del naufragio, los mismos que se nos fueron olvidando después, cuando alcanzamos la playa.
antoniogbarbeito@gmail.com
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