La Tribu
El origen
Todos, un día u otro, acababan notando en la saliva el amargor de la lejanía del origen. Lo piensas al ver a los refugiados afganos que han llegado a España

La niñez es otra cosa. Los niños se hacen pronto a nuevas situaciones, aunque arrastren siempre una tristeza en el paisaje de la mirada y de la memoria. Pero los adultos, ay, los adultos no se curan jamás de las terribles cojeras del alma que ... causan males grandes, muertes cercanas, terribles desengaños, abandono obligado del hogar y la familia. Los niños, aunque dentro lleven el horrible vacío de una orfandad, tienen mucho tiempo por delante para curarse o medio curarse. Los adultos lo tienen más difícil, y si se trata de personas que tienen que dejar su país, su lengua, su cultura, sus costumbres, peor.
Recuerdas ahora a hombres que llegaron a la tribu a echar una temporada en el campo, desde la siega a la desgrana del maíz, y acabaron quedándose entre los paisanos como una barquilla que, en la playa, nadie adivina si acaba de dejar el mar o está próxima a echarse a las aguas. Un periodo de forastero, como una cuarentena de paisanía, hasta que dos o tres personas, en la taberna, el bar o la tienda, empezaban a llamarlo por su nombre, por más que lo más frecuente era llamarlo “el forastero ese que ha estado todo el verano en la era de Fulano.” Aquellos hombres tenían tras de sí una vida, una historia, y, sin saberlo bien, empezaban a escribir otra. Ni en su origen sabían de su nueva vida, ni en la tribu conocían de su vida anterior más que los cuatro detalles que ellos quisieran contar. Y siempre, cuando una determinada circunstancia se daba, aquellos hombres sentían en algún sitio la punzada de la tristeza: un aviso desde su pueblo por algo luctuoso; una soledad de forastero que se endurecía en el frío cuartucho donde vivían; un revés en el trabajo; una temporada de lluvias que cerraba las puertas del campo; alguna enfermedad… Algunos acabaron tirando de familiares; otros formaron familia en el nuevo lugar, pero todos, un día u otro, acababan notando en la saliva el amargor de la lejanía del origen. Lo piensas al ver a los refugiados afganos que han llegado a España, hombres, mujeres, niños. Los niños se harán más pronto que tarde a su nuevo mundo. Las mujeres y los hombres, no tanto. Cuando solucionen el pan, el techo y el trabajo, el pensamiento se irá lejos, y empezarán a contar lo que perdieron, lo que jamás volverá a ser suyo: casa, familia, territorio, costumbres. Les quedará la lengua, sí, pero ésta tendrá que ir apartándose poco a poco para dejarle sitio a la nueva, a la lengua con la que habrán de pedir, dar las gracias, entenderse, quejarse, alegrarse. Más de una vez, alguna tarde, algún amanecer, alguna noche, la tristeza será un pájaro que inevitablemente se les posará en el hombro del alma, recordándoles el origen.
garciabarbeitoantonio@gmail.com
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