Lectores
Nos impresiona encontrarnos un día con alguien, en un bar, en el Metro, por la calle, y que nos diga: «Yo a usted lo leo…»
Qué cercana población forman los lectores de periódicos. Nos conocen mejor que nosotros mismos, y saben de nuestras flaquezas, de nuestros errores, de nuestras miserias. Saben mucho de nosotros, porque son el ojo del aforismo machadiano, que no es ojo porque lo veamos nosotros, sino ... porque nos ve. A quienes escribimos en los periódicos y tenemos una columna, no nos impresiona que los estudios de medios digan que nuestro periódico lo leen miles y miles de personas; lo que nos impresiona es encontrarnos un día con alguien, en un bar, en el Metro, por la calle, y que nos diga: «Yo a usted lo leo…» Eso sí que impresiona, eso sí que nos achica, nos acorrala, porque en ese instante nos sentimos desnudos ante la frase: «Yo a usted lo leo». O sea, yo sé de usted mucho más de lo que usted cree; yo sé lo que a usted le gusta y lo que le da grima; sé qué aficiones tiene y sé dónde pasó la infancia. «Yo a usted lo leo.» A lo mejor no nos dice si le gusta o no lo que escribimos, pero la frase nos desarma. Eso está bien.
No sé si me lee don Rafael Becerril Bautista, un pileño que hoy cumple noventa años. Felicidades, don Rafael. Espero, al menos, que alguna vez, por vecindad de pueblos, se haya asomado a esta columna desde la que lo felicito, por su cumpleaños y porque sé que con siete años vendía por Pilas el ABC, en plena guerra. Y ahí empezó una historia, tierna y admirable, que tuvo como playa final la empresa Cuerotex. Desde entonces, don Rafael Becerril está unido a este periódico. Es admirable que un niño que con siete años vendía por su pueblo el ABC, no se haya separado de estas páginas. Es el amor por algunas cosas. Sería duro recorrerse el pueblo, con siete años, vendiendo el periódico que quizá aún no sabía leer, con frío, con calor, con lluvia, en unos tiempos muy difíciles. Y sin embargo, le quedó el amor por la prensa, por este periódico. Lo entiendo, don Rafael: el trabajo en el campo era duro, y no hay en mi vida un universo laboral más amado que el campo. Me lo imagino, tan niño, cargado con una brazada de ABC, recorriendo el pueblo desde Pinichi a la iglesia, desde la Plaza de Belén a la Calle del Cisco. Y me lo imagino hoy, sosteniendo entre sus manos nonagenarias el mismo periódico, amándolo por encima de cualquier memoria dura de aquel trabajo. Como usted, muchos lectores, don Rafael. Los mismos que nos sostienen, nos animan a seguir y, aunque no lo sepan, a veces nos mueven la mano cuando escribimos, como hoy. Los mismos lectores que cuando nos reconocen por la calle, nos hacen sentirnos indefensos, algo miedosos, como cuando de niño nos cruzábamos en la calle con el maestro…
antoniogbarbeito@gmail.com
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