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Jiras

Quizá el niño esté cansado de piedras de catedrales y tecnología y muy falto de conocimientos de la naturaleza

Antonio García Barbeito

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En su memoria de escolar hay palabras que siguen ahí, sonando como una agradable campanilla cuyo son le lleva a las imágenes, retrato o película, que guarda en los mejores recuerdos. Al niño le suenan, entre otras muchas, las palabras tiza, pizarra, dictado, lectura, pluma, ... tinta… Y le suena la palabra recreo, y le suena celebrada, porque el recreo tenía por espacio la calle abierta, y, oh gloria, esa calle era en un camino labrado a modo de bancal en la falda del cerro donde estuvo el castillo, y desde ese camino que desnudaba los corrales y patios de las casas construidas más abajo, se divisaba la vega y, si llevaba crecida, se veía el río. Y se veía, no tan lejos, el perfil del pueblo vecino más cercano. Y se oía el pitido del tren, y aun el traqueteo al pasar sobre el puente, si el viento venía del norte. La palabra recreo sonaba bien, sí, pero al niño empezó a sonarle mucho mejor otra, una palabra que le había nacido al pie del oído, una tarde que el cura visitó la escuela: «Mañana vamos a ir de jira al campo…»

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