LA TRIBU
Equilibrio
Nadie que vea esta ciudad envuelta en la seda de oro de esta luz, de estas transparencias, podrá olvidarla jamás

La luz sabe festiva porque viene tras la generosidad de las lluvias, y se viste de fiesta porque viene de sufrir la sequía. Una luz sin lluvias de invierno, en marzo, parecería una luz enferma, una luz sin toda la necesaria vida dentro. El sol ... no tendría esa valiente apariencia, ni la lejanía se nos haría tan cercana, si el cristal de la transparencia del aire no estuviera perfectamente limpio. Equilibrio. Como mejor sabe la cama es cuando llegamos a ella desde el cansancio, desde el trabajo, desde el sueño. La cama duele cuando nos soporta enfermos, o cuando nos echamos sobre ella, sin amor, por el gusto de echarnos. El gran sabor de la cama es cuando hemos hecho méritos para gozarla.
No hay alegría mayor que la que nos sorprende en el largo camino de una tristeza que no sabíamos cómo curar, y esa alegría llega como Verónica a enjugarnos el sudor y la sangre del sufrimiento, y nos da la vida. En las horribles noches de aire embalsamado del verano, un ala de la marea que nos roce la cara sabe a beso de madre, a caricia de Virgen. Equilibrio. Esta luz que se nos ha venido envuelta en los mismos engañosos relojes que hablan de cambio horario, es la luz que es —es tan hermosa como es— porque viene de cruzar un invierno seco, lleno de solanos, sin una gota de lluvia. Y viene ahora, como una reina de oro vestida de oros, a gozar del paisaje de la primavera y a que lo gocemos. Y sabe cuándo viene y por qué viene así. La luz sabe que no puede llegar con alegría —sería incapaz de levantar una naturaleza hermosamente luminosa— si viniera de atravesar las duras vallas de un invierno seco, desapacible, duro como esparto. Viene como viene porque viene mojada, bendita de lluvias, limpia, radiante. Equilibrio. Esta luz es la que es porque la lluvia ha sido la lluvia, y los vientos que se vinieron lo hicieron para modelar esta serena luminosidad, estas transparencias únicas, de apariencia irreal, que asombran al mundo. Nadie que vea esta ciudad envuelta en la seda de oro de esta luz, de estas transparencias, podrá olvidarla jamás. Y, más allá de eso, cuando imagine cómo fue el primer día del Génesis, se preguntará si acaso no fue aquí, en esta ciudad, donde sonó la orden de la Voz: «¡Hágase la Luz!», en un imperativo celestial, divino, que cruzó la oscuridad de la Nada con la fuerza de un sol recién nacido. Decía el genio de Moguer: «Es abril porque abril está pasando», y aquí habría que decir que es esta luz porque la han hecho posible las manos de la lluvia, las delicadas manos de la lluvia, que necesitaban ofrecer esa luz de la mejor manera. Equilibrio. No hay luz perfecta si antes no lo fue el aire, y el aire no lo fue si la lluvia no lo vistió con túnicas transparentes.
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