Desayunos
Cuando una mujer conquista un terreno, lo defiende como si lo hubiese parido. Hacen bien, porque ninguna conquista les resultó fácil
Soñabas con que en la familia hubiese necesidad tempranera -una foto de familia numerosa, la visita a algún amigo- de ir a la capital, porque eso aseguraba algunas alegrías, desde los calentitos que en la capital siempre te supieron distintos, a los caramelos de café ... con leche, aquellos que se pegaban a la dentadura con manos de sacamuelas. Y si la estancia en la ciudad duraba hasta por la tarde, el pescado frito, aquel papelón, aquel cucurucho, inolvidable de olor, calor y sabor. Pero hablabas del desayuno, de aquella alegría que te suponía entrar a un bar con tus padres y pedir una tostada con manteca, un cortadillo de sidra, una torta de Inés Rosales, los calentitos referidos… Un desayuno en la capital daba para contarles a los amigos y a los compañeros de la escuela diez historias distintas durante muchos días.
Ha cambiado el perfil del desayuno. No recuerdas a nadie que, en la tribu, pidiera un desayuno. En tu niñez y en tu adolescencia, incluso en tu juventud. La gente entonces desayunaba en su casa o en el tajo; sólo alguna vez, muy de tarde en tarde, viste a algún hombre -a una mujer, nunca- tomándose un café con algo de lo que has mencionado, un cortadillo o una torta de aceite. Los demás, en su casa. Y si en el tajo, bocadillo y, si estaba cerca la casa, la mujer, una hija o una hermana, se acercaban con un chocolatero con café. Ahí quedaba todo. Y, como en la copla de la Niña de Peñaflor, la calle un día, de pronto, «cambió de peinao», y empezó a abrir los ojos el desayuno en los bares. Primero, el hombre; y más tarde, y ya conquistado por ella, la mujer. De la talega en el tajo al desayuno de hoy, de la escarda al velador, la mujer ha recorrido un largo y dificilísimo, y duro, camino de libertad hasta poder sentarse en un velador y que un camarero se le acerque a preguntarle qué va a tomar. Parece una tontería, pero quienes han vivido ese camino saben que no lo es. Cuando hoy ves a las mujeres, con hombres o sin hombres, desayunando en los bares, piensas que es una agradable señal de cambio. Parece un terreno fácil de conseguir, pero que cualquiera ajuste la cuenta de lo que va de la cocina o el patio terrizo del café «negro y bebío» a un bar lleno de mujeres libres que piden el desayuno a su antojo, sin necesidad de que un hombre tenga que avalarles la entrada. Y ya sabemos que cuando una mujer conquista un terreno, lo defiende como si lo hubiese parido. Hacen bien, porque ninguna conquista le resultó fácil. Y si hoy los desayunos tienen esa alegría desbordada que tienen, y esa paridad no escrita en ninguna parte, es porque la mujer lo ha hecho posible. Y lo celebras.
antoniogbarbeito@gmail.com
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