Belleza inconveniente
Esta luz es bellísima, pero lo sería mucho más si la Mano le lavara la cara y se la secara con un oreo de brisas de temprana otoñada

Otoño que lleva octubre y las borrascas que deberían venir a regalarle a la tierra el jugo que necesitará más tarde, están como los versos de Federico en el Poema de la soleá: «Ni tú ni yo estamos / en disposición / de encontrarnos.» No, no están ... en disposición de encontrarse. Asomado a las azoteas del cálculo meteorológico, allá, en las previsiones de una página de la NASA, se columbran chaparrones en torno al dieciocho de este mes, pero vaya usted a saber si no vendrá un viento a llevarse las nubes a otro sitio, que ya saben que cuando está de llover, el humo de una candela de ramón se convierte en nube y descarga, y cuando está de sequía, amarra usted nubes de tormenta, cargadas de agua, y las sujeta sobre la vertical del paisaje y no llueve aunque las pinche, aunque las zamarree. Las nubes son capaces de beberse el agua, o de evaporarla, antes de soltarla.
Octubre tiene la belleza de la luz que madura por las veras del Pilar, una belleza que hace del mundo un paisaje sepia, pero es una belleza inconveniente, una belleza que a nadie, salvo al arte, hace favor. Es verdad que ordeño y vendimia tienen a su favor días de luz —y de calor insoportable, a determinadas horas— cuasi perfecta, pero esto, este tiempo seco, no conviene a nadie. Tendría que haber charcos en los olivares y en las viñas, en los caminos, en los pinares, en las orillas del río donde a veces se echan los cilancos. Tendría que pasar el tren con el lomo brillante como el de un caballo tordo encerado. Tendrían que estar las ramas, todas las ramas, ensayando un trasunto de abierta y aérea clepsidra, contándose gotas como si fueran frutos —son frutos— regalados más allá de la cosecha. Esta luz es bellísima, pero lo sería mucho más si la Mano le lavara la cara y se la secara con un oreo de brisas propicias de temprana otoñada. No hay más que mirar al jardín, al campo, a los parques, a los jardines de las ciudades, a los perfiles de las ciudades mismas, para descubrir la belleza de oro policromo de la luz de octubre, pero esa belleza lleva encima más hambre que pan, más suspiros que sonrisas, más pena que alegría. Tendrían que bajar las lluvias a apagar del todo el invisible incendio del verano que está calcinando el monte bajo del día, y que octubre se fuera tan encharcado como tendría que amanecer noviembre. Esta belleza, sí, pero pasada por agua, bautizada en el baptisterio otoñal de este octubre reservón de nubes. Porque es triste ver cómo a estas alturas del año las ruedas de las máquinas y los cascos de las bestias levantan polvareda en los caminos. Inconveniente, por seca, esta belleza de octubre.
antoniogbarbeito@gmail.com
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