El Recuadro
Los colores de Sevilla
Ha entrado esta moda de devolverlo todo a su color primitivo y a este paso no vamos a reconocer muchos monumentos

LA popular canción ha consagrado que «Sevilla tiene un color especial». Hasta aquí no hay problema. Todos de acuerdo. Lo tiene. El problema es saber cuál es ese color. Porque en la restauración y conservación de monumentos ha entrado últimamente la moda de cambiar los ... que hasta ahora eran los colores tradicionales de Sevilla, los que han conocido al menos cuatro generaciones (y de ahí, para arriba), con el pretexto, todo lo científico que quieran, de volver a la primitiva versión original de la brocha gorda. Sí, sabemos que Sevilla era más polícroma que la hemos conocido. Pero téngase en cuenta que la cal cubrió muchas policromías cuando se usó como medida higiénica contra las pestes que asolaron la ciudad. Esa Sevilla encalada y blanca que ha pasado por típica y tópica es en muchas ocasiones la que surgió de la cal de Morón usada como remedio contra los males de las epidemias. Aquí se ahondan dos metros en el suelo y te salen unas ruinas romanas o almohades. Y se rasca en tres desconchones de la pared y te aparece el color original, a veces hasta valiosas policromías y dibujos en estuco.
¿Cuál es el color verdadero y «especial» de Sevilla? ¿El que hemos conocido o el que van descubriendo los arqueólogos y arquitectos bajo capas y capas de pintura, aquella vieja costumbre que había de encalar todas las fachadas «por las fiestas» y la primavera se llenaba de escobillas, zancos y cubos de cal de Morón? O los otros colores tradiciones, los que, por ejemplo, vemos en la plaza de los toros, que son la almagra, el ocre y el albero. Con esos colores ha aparecido Sevilla durante generaciones. Y hasta nuestros días. Pero, hijo, ha entrado esta moda de devolverlo todo a su color primitivo y original, el que nadie de los vivos conoció, y a este paso no vamos a reconocer muchos monumentos y muchos edificios de toda la vida. Me ha ocurrido al pasar por delante de la fachada principal de la Casa de la Moneda, cuya piedra han dejado Blanco Nuclear y cuyos paramentos no recuerdan en nada a los que conocieron los antiguos vecinos de la ceca sevillana. Ahora le toca el turno al Arco de la Macarena, que dicen que volverá a sus colores originales, desapareciendo me imagino los que hemos conocido en tantas emociones de la Madrugada o de la mañana del Viernes Santo. Por no hablar de la Catedral, que también han dejado de un blancor irreconocible. Quizá como un homenaje a Le Corbusier: «Cuando las catedrales eran blancas». Menos mal que ahí está Goya y su sentencia: «El tiempo también pinta». En la Catedral, el legendario Bajante, el que desagua junto a la Puerta del Baptisterio, se está encargando, invierno a invierno, chaparrón a chaparrón, de devolver a la piedra el verdinoso color con que la han conocido generaciones y generaciones. Al menos en esa parte de la fachada de poniente, el tiempo que también pinta está pasado las hojas del libro de Le Corbusier.
Los arqueólogos y los arquitectos restauradores le están sacando los colores a Sevilla. Yo, lo siento, me sigo quedando con la cal y la almagra, con los enfoscados y no los ladrillos vistos. Con lo que pintó el tiempo. Y me sacan los colores tantas modas de cambiar por cambiar.
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