El Recuadro
El alcalde de la Transición
Hizo una transición perfecta en el Ayuntamiento, hasta entregar el bastón de mando a Uruñuela
-k4NC--1248x698@abc.jpg)
LE tocó estar en el mejor sitio, el sillón de alcalde de Sevilla, en el peor momento, la muerte de Franco y el cambio de Régimen. Fue una suerte para Sevilla que el liberal Fernando Parias Merry fuese el alcalde entonces. Hizo una transición perfecta ... en el Ayuntamiento, hasta que el bastón de mando llegara a Uruñuela con las urnas de las primeras elecciones democráticas. De caballero a caballero. Fernando era un caballero en sentido estricto, un jinete de España. Cualquiera que viese a aquel caballero alto, elegante y erguido, de traje de franela, de lustrados zapatos de piel de anca de potro, no pensaría que era el alcalde de Sevilla, sino el coronel de Húsares de la Princesa. Para mí que en su cita diaria con el caballo en ‘La Noria’ de Romero Murube donde Luis Ramos Paúl montó un picadero, o en Pineda, Fernando aparecía en toda su grandeza y personalidad. Hizo varias veces a caballo el Camino de Santiago por la antiguas cañadas de la Mesta de la Ruta de la Plata.
En la alcaldía fue blanco de las críticas tanto de la izquierda que urgía elecciones como de la derecha franquista del ‘búnker’, que lo tachaba de demasiado liberal, una camisa blanca en un ayuntamiento de camisas azules. En los días del cambio, tuvo que sufrir las movilizaciones de las asociaciones de vecinos. Y sufrió los ataques de la Prensa del Movimiento: «El nuevo alcalde de Sevilla bordea las Leyes Fundamentales al defender la Monarquía Parlamentaria de partidos». Nieto por una cuna de don Pedro Parias y por la otra del general Merry, el último que en Sevilla calzó espuelas y plumas en el penacho del celeste uniforme de gala de Caballería. Pero las ideas políticas del nieto de don Pedro Parias y del general Merry no eran las de la generación de sus abuelos. Eran las de un sevillano de Heliópolis que estudió en el Claret y se tituló como ingeniero industrial en Barcelona, en 1967, un año antes del mayo francés, y se le notaba bastante cuando volvió a la cerrada Sevilla, a trabajar en Arquinde, a la sombra del precursor arquitecto Rodrigo Medina. Era el tiempo de Juan XXIII, de los Kennedy, del ‘aggiornamento’ y la doctrina social de la Iglesia. Un hombre de la que entonces se llamaba «la generación del Príncipe», al que recibió como Rey de España en el Alcázar, dedicándole un discurso en bienvenida donde fue el primero que gritó: «¡Viva Andalucía!». Fue el alcalde que acabó con las últimas chabolas, hizo el pantano del Gergal, Mercasevilla y el nuevo trazado ferroviario y el rescate de La Cartuja para hacer volver a correr el río, lo que luego permitió la Expo.
Fernando fue un ejemplar padre de familia, un grandísimo creyente, que, ya retirado de todo, hasta del Consulado de Irlanda, se dedicó a la obra asistencial de la Orden de Malta y montó el comedor social de la calle Mendigorría. Menos mal que la democracia le hizo justicia al gran alcalde de la Transición y puso su nombre a la glorieta donde daba la vuelta el tranvía de su Heliópolis. Brille para él la luz eterna de los destellos de las espuelas de este auténtico caballero.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete