LA TRIBU
Don Antonio
«La misma pluma que llenó el tintero / de incienso y azahar y algo de cera, / se ha saltado el tintero a la torera / para cantar la gloria del torero…»
Nos conocía tan bien, nos sabía tanto, había visto tanto en nosotros, que tenía muy claro que su tierra, España, era «devota de Frascuelo y de María», sin negar ni a uno ni a otra. Y, aunque el poeta no lo dijera, «La España de charanga y pandereta, / cerrado y sacristía…» había sabido mantener el difícil equilibrio para al menos estar contenta con ella, encantada de haberse conocido, vamos. «Cerrado y sacristía», qué acierto. Para no dejarla huérfana de sueños, también le anunciaba que tendría «su infalible mañana y su poeta». Enorme, cuando dice, con tino finísimo, que «el vano ayer engendrará un mañana / vacío y ¡por ventura! pasajero…» Y ahora viene más finura de tino: «…será un joven lechuzo y tarambana, / un sayón con hechuras de bolero…» Don Antonio, qué buen español era usted, y aunque algunos quieran barrerlo de esta tierra o negarle posada, qué sevillano más fino, más frío y con más conocimientos, por poco que viviera la ciudad. Oigo sus pasos en Sevilla y su voz en Soria, y siempre sonándole dentro España, siempre.
Que nadie se llame a engaño, que escribió el de Santa Clara: aquí, en esta España, y más aquí, en este sur, y más aquí, en Sevilla, la dualidad cerrado/sacristía se nos da como a nadie. Ayer hablaba con un amigo que me narraba sus días de la Semana Santa en un palco y, sin bajarse del palco, se puso a hablarme del reconocimiento de la corrida de Resurrección. Cerrado y sacristía. Y respetuosísimo con María y loco de contento con Frascuelo. Me hablaba de cómo pasó la Macarena y de cómo se los pasaban Roca Rey y Ferreras. Me habló de lo bien y lo cómodo que vio al Silencio — «¡Así da gusto la Semana Santa!»— por la Plaza del Salvador y de lo cómodos que han dejado los asientos de las gradas en la Maestranza. Tú mismo recuerdas cuando ibas camino de la plaza a la corrida de Resurrección y te cruzabas con chaquetas donde seguía fundida una gota de cera de otros días. Frascuelo y María. Tú mismo recuerdas cuando apenas habías dejado de hablar de la gracia de un palio y ya estabas contando la gracia de los vestidos en el paseíllo: «La misma pluma que llenó el tintero / de incienso y azahar y algo de cera, / se ha saltado el tintero a la torera / para cantar la gloria del torero…» ¿O acaso es mentira cuando apuntabas: «¡Hay tanto parecido entre el plumero / de un “armao” —ay, Roma callejera— / y el de un alguacilillo que acelera / el trote del caballo hacia el chiquero...!»? Cerrado y sacristía. Ahí está lo grande, resumido por don Antonio —aunque lo dijera por España— en una síntesis apasionada de su ciudad. Aunque la ciudad no quiera decirlo del todo…
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