Félix Machuca - PÁSALO
Ángeles caídos
Recelo de la gente que solo ha leído un libro en su vida

Pues parece ser que eran angelitos. Chicos normales, educados, corteses y deportivos con los que te cruzabas en la escalera del bloque y te daban las buenas tardes o cedían sus asientos en los buses a las yayas. Chavales que podían explicar la inspiración del Principito. Y si me apuran ser tan previsibles como el final feliz de un cuento infantil. Excavando bajo la arena que cubre el anonimato, diversos medios de información, nos descubren las personalidades de los terroristas a través de la luz que arrojan sus viejos amigos de escuelas, familiares más o menos directos y hasta trabajadores sociales que, alguna vez, trataron con algunos de ellos. La conclusión es firme y determinada: todos eran bondadosos y educados, chicos con ilusiones por trabajar en Cataluña, hijos de una primera generación de norteafricanos perfectamente insertos en la sociedad, catalanoparlantes y en absoluto radicalizados. Eso, al parecer, vino después. Cuando el imán de las bombonas de butano, el que debió salir de España tras su paso por la cárcel y no lo hizo por la permisividad patológica de una sentencia judicial, los reunió, los adoctrinó y sacó del fondo de sus almas el lobo dormido que llevaban dentro.
Los estudiosos de la conducta humana no se ponen de acuerdo en estos casos. Quiero decir que no hay una clínica firme sobre patologías emocionales tan complejas, tan torcidas y tan rabiosamente inhumanas. Unos entienden que hay cerebros blandos y personalidades débiles que son tierra de acogida para que germinen las flores del mal. Si hay algún jardinero que abone y guíe el crecimiento maligno de estas plantas carnívoras. Otros entienden que la avería viene de fábrica. Que el tipo es un mierda y un sicótico desde el primer biberón que le negaron y ahí empezó a acumular odio tras odio sobre todo lo que no fuera o estuviera a bien con sus ideas, caprichos y perversiones. Yo me reconozco incapaz de encasillar en una de las dos explicaciones las personalidades de los terroristas. Me faltan elementos para saber si eran influenciables o canallas de nacimiento. En cambio sí empiezo a conocer más de las vidas de los terroristas que de las personas inocentes que aún luchan por sobrevivir en las unidades de cuidados intensivos de Barcelona. Que los malos eligieran el camino peligroso para vivir matando civiles, ideando masacres abominables o planeando atentar contra la Sagrada Familia es lo que no resulta irrelevante de este brutal cambio de personalidad. Pasaron de angelitos a ángeles caídos. No sé muy bien por qué método. Pero recelo, como mantiene un lúcido escritor malagueño en la intimidad, de la gente que solo ha leído un solo libro en su vida.
En los manuales al uso del terrorismo yihadista es posible que encontremos parte o toda la explicación de tan cinematográfico cambio de personalidad (Jekyll y Hyde, por ejemplo). Las recomendaciones a seguir para alcanzar la excelencia de la abominación suelen ir por ahí: chicos educados, occidentalizados en sus usos externos, insertados en la sociedad que quieren abatir, para nada religiosos ni habituales de las mezquitas. Se recomienda, en un rasgo de eficacia maligna, incluso el no practicar el rezo, evitando así la marca que pueda dejarte en la frente las sucesivas inclinaciones exigidas por la liturgia coránica a sus fieles. Es posible que esto explique la licantropía criminal de jóvenes tan educados y normales. Un buen disfraz lo tapa todo. Y si además te encuentras con un sastre como el imán de Ripoll, es posible que todo se entienda mucho mejor. Si alguna vez fueron ángeles hoy lo son del infierno. El ortodoxo integrista sabe que cuando se elige algo, se rechaza todo lo demás. No tengo que explicarles qué es lo que rechazan estos ángeles caídos…