La Alberca
Yolandia
El truco podemita para simular moderación y seguir aspirando a asaltar el cielo ha fallado

Tenemos el vicio de encumbrar a los demonios que susurran y hundir a los ángeles que gritan. La cultura de la apariencia, dependiente de la sociedad de la prisa, obliga a sacar conclusiones inmediatas de todo y, en consecuencia, se basa en los clichés y ... en los prejuicios. Yolanda Díaz se nos ha vendido como una intelectual sólo porque habla suavito y viste con orden. Qué cosa más antigua el lobo con piel de oveja. En este tipo de impostores se inspiró Mark Twain cuando soltó su celebérrima sentencia: «Es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda». Pablo Iglesias murió políticamente por la lengua. Bastó con ponerle la alcachofa y dejar que se ahogara en su propia saliva porque la inflamación de la glándula de la demagogia y la incoherencia no tiene cura. Yolanda, hija putativa del pablismo, heredera de la coleta, también padece esta enfermedad, que está en el ADN de los populistas. Su fachada miente. Es una radical encubierta que, como todos los radicales, tiene su punto débil en el ego. Yo-landa. Le gusta tanto escucharse en ese tono de arrullo que ha acabado desmintiéndose a sí misma. La retórica está en crisis porque antiguamente los políticos podían decir una cosa y la contraria. Ahora, en cambio, sólo tienen capacidad para tapar una mentira burda con otra más gruesa. No hay nivel y el engaño está en las expectativas. En un contexto de diputados con rastas y en camiseta, una señora vestida de chaqueta nos parece un refugio. En un erial, cualquier chabola es un palacio. Lo del tuerto en el país de los ciegos.
La vicepresidenta Díaz es un truco barato de Podemos para salvarse. Pedro Sánchez había fagocitado a sus aliados dentro del conjunto común del sanchismo como un saturno que devora a su hijo. Las bilis del PSOE habían absorbido a la podemia, a la que estaba dando bocados en todas las encuestas. Y eso amenazaba el cortijo de Iglesias, cuyo único objetivo desde hace unos años es mantener su tren de vida de obrero desclasado con chalé de nuevo rico, chófer y escolta. La burguesía comunista necesita el voto jornalero para conservar su estatus. De esa chistera salió el yolandismo. Había que sacar el comodín del público para sobrevivir: el disfraz de la moderación y de la gestión frente a la verdad antisistema. A Yolanda nos la han presentado como una mujer serena, muy formada, con capacidad de decisión y valiente. La cima del feminismo rojo. Una alternativa a Sánchez en la izquierda. Como no la conocíamos, aceptamos el perfil que nos habían dibujado los medios y voceros afines. Compramos el pack completo sin leer el prospecto. Pero en cuanto ha abierto la boca se ha disuelto como un Frenadol en el vaso de agua de su mesita de noche. El yoísmo siempre frustra el plan. Dejó escrito Eurípides que frente a la muchedumbre, los mediocres son los más elocuentes. Y tal vez en eso sí haya acertado Podemos con Yolanda Díaz para distinguirse del rodillo sanchista y recuperar su territorio, su asalto al cielo, su Yolandia feliz. Los grandes y los pequeños se necesitan mutuamente para ir juntos hacia un destino común, pero los mediocres van siempre solos.
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