Aburrimiento
Prefieres la charla con un hombre que aunque no sepa firmar es capaz de darte veinte lecciones en diez palabras
A lo mejor es por ti, que, como te decía una vez un conocido, «no te aclimatas, y así no habrá maneras, y sentirás frío en verano y calor en invierno. No te aclimatas.» En verdad, el conocido lo que quería decirte es que no hocicabas, no te arrastrabas, no agachabas la cabeza y decías a todo que sí. Eso es lo que el conocido quería decir, justo lo que él hacía y lo llamaba «saber vivir con todo el mundo.» No, eso no es saber vivir con todo el mundo, eso es, en parte, cinismo; en parte, falsedad; en parte, peloteo; y en parte, indignidad. Pero él lo llama así. Tú sigues en tus trece y sigues sin pasar por ese aro que dice el conocido. Y él sigue en lo suyo, sonriendo aunque tenga ganas de vomitar, arrastrándose aunque tendría que coger por el pescuezo a más de uno, riéndoles las gracias —es un decir— al que no tiene más que cara de vinagre y malange, y, en fin, olvidándose de quien debería ser para no ser más que el que exigen cuatro que mandan más que él. Como dijo un día otro conocido: «Sería un espanto tener que aguantarte a ti en el mando…»
Te aburre la radio, si la enciendes por la mañana; te aburre oír todos los días más o menos lo mismo del poder, de la oposición, del asunto de Cataluña, del asunto de elecciones anticipadas o no, de que Fulano entrará o no en la cárcel… Te aburre. Te aburre encender la televisión y comprobar que, más o menos, te ofrecen la versión visual de lo oído antes. Y lees la prensa y, entre lecturas que te salvan de morir de desaliento, artículos, noticias sociales, declaraciones de gente interesante, reseñas culturales y otras, compruebas que sigues en el mismo país, leas, mires u oigas. Te aburres, te aburre España, la pobreza que arrastran algunos sectores, la mentira que se propaga como grama regada. Te aburres. Por eso prefieres el paisaje, la visita a un libro y recorrer en él universos riquísimos; por eso prefieres un rato de charla con un hombre sensato, sea culto de libros o de andar la tierra, de laboratorios o de intemperie. Por eso prefieres la charla con un hombre que aunque no sepa firmar es capaz de darte veinte lecciones en diez palabras, y por eso prefieres la verdad de la luz natural a los mentirosos guiños de la luz artificial con la que se visten algunos. Tratas de hacer voz con la voz del zamorano León Felipe, porque, como él, sabes «…que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, / que el llanto del hombre lo taponan con cuentos…» Con él, podrías decir «…no sé muchas cosas, es verdad, / pero me han dormido con todos los cuentos… / y sé todos los cuentos». Será por eso por lo que te aburren tantas voces.
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