OPINIÓN
Sangre del Pópulo
El barrio que era barrio, en el que aún te puedes encontrar tertulias vespertinas de vecinas con sus sillas a dos metros de uno de los teatros romanos más grandes de España, empezó a morir. Como mueren las ciudades que pierden su esencia
Hay lugares que son especiales, de los que uno se hace, aunque no nazca. Para mí, ese sitio es el barrio de El Pópulo. Por cosas de la vida, estoy bautizado en una iglesia (la de Santa Cruz) y un barrio (El Pópulo) por el ... que nunca corrí de chico. Es más, un barrio que tuve semi prohibido durante muchos años y que esquivaba con miedo en mi época universitaria. Después, llegó Antonio Gallardo y sus gentes, las del barrio, las que vivían y luchaban por recuperar las calles de la urbe más antigua de occidente. Desde su Malagueño, y con su asociación de vecinos a la espalda, se puso manos a la obra y salvó el barrio. Con su trabajo, y el de otros muchos que le acompañaban en su lucha vecinal, sacaron El Pópulo adelante, lo convirtieron en referente de ocio y patrimonio. Y al salvar el barrio, lo mataron.
Al convertirlo en referente, muchos descubrieron las grandezas de un barrio, el más antiguo de Europa, que rezuma historia en cada esquina; que se llena de leyendas en cada callejón; esos mismos que esconden patrimonio a la vista de todo. Y lo descubrió el turismo, los turistas y los especuladores. Y el barrio que era barrio, en el que aún te puedes encontrar tertulias vespertinas de vecinas con sus sillas a dos metros de uno de los teatros romanos más grandes de España, empezó a morir. Como mueren las ciudades que pierden su esencia.
El Pópulo la está perdiendo. Lo vemos estos días cuando se desahucian a vecinas de 87 años para alquilar por días; lo vemos al pasear camino de la Taberna del Seblón, del Pay Pay, o al mismo Malagueño; negocios que se mantienen intactos en el barrio, como sus artesanos escondidos en casapuertas sin escaparates. Lo vemos cuando las voces que escuchamos ya no lo hacen rápido, como con prisas, solo aptos para oídos que escuchan deprisa. Ya no se oyen, ahora se oye el alemán, el inglés, el francés, y mucho español de los que hablan despacito.
Y despacito es como desaparece el barrio. Por suerte, Antonio y los suyos, los de siempre, los que luchan por el barrio como si les fuera la vida, siguen adelante en su batalla. Incansables por mantener vivos un barrio que merece seguir vivo. Un barrio que ahora es mío, en el que me saludan y saludo al pasear e, incluso, al guiar. Quizá porque los vecinos saben que lo hago con respeto y hasta reverencia por esas calles que son mis calles; o quizá es que las aguas de Santa Cruz dan impronta.
Esa impronta que no se puede perder es por la que la Asociación de Vecinos lucha. Esa que da Antonio Gallardo (al que llamo en secreto el 'alcalde del pópulo') en cada paso, casi corriendo muchas veces, en su lucha ese vetusto lugar. Él forma parte del paisaje, una sombra alargada que lucha incansable por lo que es justo: que el barrio de El Pópulo siga siendo «del populo»; de un pueblo que cada vez es menos gaditano al calor de los pisos de alquiler, los legales y los ilegales, esos que todo el mundo conoce, pero nadie quiere ver. Aunque algunos sí los observan, los pocos del barrio que, como Antonio, comparten sangre con las viejas piedras del barrio.