OPINIÓN
Desorden natural
«Acabarás experimentando la alegría inesperada de encontrar una camiseta que creías perdida»
Hay un orden natural, pero también un desorden natural. El mío. El que provoca que mis gafas acaben dentro del cajón del secador del pelo, convierte mi armario en un puesto loco del mercadillo, desperdiga los libros y los papeles, amontona sobre la mesa mecheros ... sin gas, tazas sin café, vasos sin agua y bolis sin tinta. Es un desorden líquido, un abandonarse dócilmente al caos. Un fluir, que dicen los modernos. También es una característica más, como ser morena o tener celulitis. No hay más remedio que rendirse a la evidencia: nunca seré pelirroja, nunca tendré muslos de alabastro, nunca guardaré las camisetas dobladas en vertical.
Lo intenté, claro. Fue un miércoles, el día en el que se inician los proyectos fallidos y los romances condenados al fracaso. Armada por una fuerza de voluntad comprada en el chino de la esquina y avergonzada por Marie Kondo, esa sociópata con flequillo de escuadra que es capaz de convertir un piso de universitarios en la celda de una monja, empecé a ordenar por una punta, pero cuando llegué a la otra se había desordenado el principio. Y me rendí. Ahora es Kondo la que se ha rendido. Después de pasarse años culpabilizando a los desordenados, va la tía y dice que desde que nació su tercer hijo le resulta imposible mantener la casa en condiciones. Anda, la osa. Me gusta pensar en la Kondo, con el flequillo despeinado y descompuesta entre juguetes tirados por el suelo, kimonos manchados de vómito de bebé y biberones sucios. Bienvenida, Marie. Aún te queda, pero lo conseguirás. Acabarás experimentando la alegría inesperada de encontrar una camiseta que creías perdida.