opinión
Cena de Empresa
«Las cenas de empresa las cargan el diablo y Johnnie Walker»
En contra de mi religión y de mi voluntad, esta noche no salgo. Me ha resultado imposible encontrar mesa porque están los restaurantes llenos. «Mujer, las cenas de empresa», me dicen. Válgame. Pues mira, de eso que me libro. Ventajas de trabajar más sola que ... san Pablo el Ermitaño.
Las cenas de empresa las cargan el diablo y Johnnie Walker. Que luego pasa lo que pasa, que en el curro se peca de pensamiento y omisión, pero fuera del hábitat natural de la oficina se peca de palabra y obra. Que se lo digan a Alba Carrillo, rubia locuela de profesión, y a Jorge Pérez, benemérito en excedencia que ahora se dedica al mamarracheo: salieron de parranda navideña con la productora de televisión en la que trabajan y acabaron resolviendo la tensión sexual con luz, taquígrafos y móviles, porque los grabó hasta el becario. Que el cielo los juzgue. O Mediaset, que es más divertido.
En esas cenas, el personal se transforma. Gutiérrez, hombre muerto en vida de 8 a 3, se convierte en un gremlin pasadas las 12 de la noche. Jessica, la de marketing, se pone a reguetonear, y al de publicidad le hacen los ojos chiribitas. El jefe de contabilidad se sienta junto al diseñador y le explica el motivo por el cual está ganando una miseria cuando la empresa ha dado beneficios. El director, que ahora se ha colocado un CEO en las tarjetas de visita, motiva a la plantilla copiando una charla TEDEx que ha visto en YouTube. Antonia, secretaria con reaños y trienios, se chupa tres mojitos y se desata la faja con los primeros compases de 'Vivir así es morir de amor'. A la mañana siguiente se encontrará subida al Instagram del imbécil de Paco, el de recursos humanos. De eso también me libro. Bendito sea el teletrabajo.